viernes, 5 de diciembre de 2025

La Dama de Encajes y la Bruja de Batalla (31): El Regalo del Hermano


 

La vergüenza de nuestros fracasos pesaba en el aire frío de la tumba. El bucle temporal a nuestro alrededor comenzaba a reformarse, la tragedia del Emperador lista para repetirse. Valkyrie seguía de rodillas, su fuerza inútil. Yo repasaba mis datos, mi lógica hecha añicos.

Fue entonces cuando el Golem de Jade, nuestro verdadero Golem, se movió. Con una gracia que desmentía su masa, bajó de su pedestal y se acercó a nosotras. No nos miró con reproche, sino con una compasión milenaria. Levantó una mano de jade pulido y la posó suavemente, primero en mi frente, luego en la de Val.

No nos habló con palabras. Nos mostró la verdad.

Nuestras mentes se inundaron con un recuerdo que no era nuestro. Vimos un taller, no de un científico, sino de un artista. Un Príncipe Jiro mucho más joven, con las manos manchadas de polvo de jade y los ojos brillantes de una pasión creativa que rozaba lo divino. No era un hereje; era un genio. Vimos cómo tallaba la forma de un guerrero, no como un arma, sino como un guardián. Y luego vimos la magia. No era una plaga oscura, sino una hechicería de vida, un ritual de vinculación donde el joven príncipe infundió en la estatua la esencia más pura de sí mismo: su inquebrantable lealtad y su amor por su hermano mayor.

Vimos la escena final: Jiro presentando su obra maestra al recién coronado Emperador. "Para que nunca estés solo en tu vigilia, hermano", dijo. "Él será tu escudo, tu compañero silencioso, mi lealtad hecha eterna."

El recuerdo se desvaneció, dejándonos con una comprensión devastadora. El Golem no era solo un sirviente; era el último regalo de un hermano a otro. Y el Emperador había condenado al dador mientras se aferraba egoístamente al regalo.

—Ahora lo entiendo —susurró Val—. Su dolor no es solo por la pérdida. Es por la hipocresía.

Con una nueva y solemne determinación, volvimos a entrar en el bucle.

Aparecimos de nuevo en la corte, en nuestros roles asignados. Pero esta vez, éramos meras espectadoras. Esta no era nuestra batalla. El juicio avanzó hasta su inevitable clímax. El Emperador se preparaba para hablar. La Sombra sonreía en la oscuridad.

Fue entonces cuando nuestro Golem, en su forma de monje silencioso, se movió.

Caminó desde nuestro lado hacia el centro de la sala. El Guardián de Jade, la copia sin alma, se activó para interceptarlo, con el báculo en alto. Pero cuando el verdadero Golem se detuvo ante él, el autómata vaciló. Vio en los ojos del monje una sabiduría y una historia que él no poseía. Era una imitación enfrentándose a su original. Con un gesto de su mano, el monje silencioso ordenó al Guardián que se apartara, y la copia, incapaz de desafiar a su verdadero yo, obedeció, retrocediendo a su pedestal.

El monje de jade se acercó al trono. La Sombra se irguió, siseando. "¿Quién eres tú para juzgar el dolor de un dios?"

El Golem no respondió. Simplemente, se arrodilló. Un acto de lealtad tan puro, tan absoluto, que silenció la narrativa del sueño.

Y entonces, proyectó su recuerdo, el que nos había mostrado, para que todos lo vieran. La corte entera, el Emperador, la Sombra... todos vieron al joven Príncipe Jiro creando a su guardián por amor.

Finalmente, el Golem se giró hacia el Emperador. No necesitaba palabras. Su gesto, la esencia de su ser, transmitió un mensaje final y sanador directamente al alma de su señor.

"Tu hermano te dio su lealtad eterna a través de mí. Condenaste al hombre, pero aceptaste su regalo. Aceptaste su amor. No hay pecado en la hipocresía, solo dolor. Y el dolor puede ser aceptado. Estás perdonado."

El Emperador miró al monje, y a través de él, vio al verdadero Golem que había estado a su lado durante siglos. La verdad, negada durante tanto tiempo, lo inundó. Las lágrimas surcaron el rostro del Emperador Perfecto, no de dolor, sino de alivio.

—Hermano... —susurró.

Al aceptar la verdad, al aceptar su dolor y su culpa, le robó a la Sombra todo su poder. La figura de arrepentimiento no gritó ni luchó. Simplemente se inclinó ante su Emperador y se fundió pacíficamente con él, haciendo que su alma estuviera completa por primera vez.

El mundo del recuerdo se disolvió, no con violencia, sino como la niebla al amanecer. Una luz cálida y dorada llenó la cámara. El alma del Emperador, finalmente en paz y reconciliada, se giró hacia nosotros con una sonrisa de gratitud antes de desvanecerse en su viaje final hacia el Nirvana.


Más tarde, nos sentamos en una pagoda silenciosa en los jardines del mausoleo. El Golem de Jade, de vuelta en su forma de guerrero pero con una nueva ligereza en su presencia, nos servía té en cuencos de porcelana.

—Gracias —dije, rompiendo el silencio—. Nos has enseñado mucho.

El Golem dejó la tetera y escribió en su tableta de tinta virtual.

"Mi deber para con él ha terminado. Mi gratitud hacia vosotras es eterna."

—¿Y ahora qué harás? —preguntó Val—. Eres libre.

El Golem miró más allá de los jardines, hacia el cielo infinito. Sus siguientes palabras no hablaban del pasado, sino de un futuro vasto e inimaginable.

"Durante siglos, he protegido a un solo hombre. A través de vosotras, he visto que hay mundos enteros que necesitan protección. He visto el desequilibrio, el caos y la lógica luchando. He protegido a un emperador. Ahora, entiendo que hay un deber mayor: proteger el equilibrio. Mi fuerza ya no pertenece al pasado. Pertenece al futuro."

Bebimos nuestro té en un silencio lleno de comprensión. No habíamos reclutado a un aliado. Habíamos presenciado el despertar de un amigo.

CONTINUARÁ...

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