Mi laboratorio se había convertido en un observatorio. El cristal del Cartógrafo Silencioso flotaba en un campo de contención, no como un trofeo, sino como una sonda activa, un mapa vivo del multiverso. Mi nueva obsesión no era solo construir el Nexo, sino comprender los peligros que nos rodeaban. Estaba creando un "mapa de calor" de la estabilidad universal, buscando los puntos de fallo, las realidades que se acercaban al Nivel 0.
Y entonces, una alarma parpadeó en mi consola. Una que no era teórica, sino inminente.
Llamé al equipo a la sala de control. —He encontrado uno —dije, señalando el holograma. Mostraba un sistema moribundo, Dimensión 749-Gama—. Originalmente era un universo de Nivel 4, de magia simple, pero su estrella central se ha extinguido. Su índice de estabilidad ha colapsado.
Amplié las lecturas. —Ahora mismo está en... 0.1 y decayendo rápidamente. Las reglas de la física y la magia allí han dejado de funcionar; están fluyendo y disolviéndose. La muerte térmica es... inminente. Cuestión de horas.
—¿Sobrevivientes? —preguntó Val, su instinto de protectora activándose al instante—. ¿Podemos organizar una evacuación?
—Negativo. Las lecturas de biomasa son cero. La civilización allí se extinguió hace milenios. No queda nada que salvar. —Hice una pausa, ampliando la imagen—. Casi nada.
La pantalla se centró en un único punto de luz en el planeta capital, ahora muerto. —Hay una anomalía fascinante en los datos del cristal. Un universo cuyo índice de estabilidad está a punto de llegar a cero, pero... hay una conciencia única que simplemente... observa. No huye. Deberíamos investigarlo.
Samu se acercó a la pantalla, con horror en su rostro. —¡Una persona! Sola, en el fin de su mundo. ¡Tenemos que salvarla!
—Estoy de acuerdo —dije, mi voz traicionando una excitación que intentaba ocultar—. El rescate es la prioridad táctica. —Me giré hacia el equipo, mi tono volviéndose más clínico—. Sin embargo, este evento es también... una oportunidad científica sin precedentes. Un colapso de Nivel 0 nunca ha sido observado de cerca. Si puedo desplegar un conjunto de sensores de realidad antes de que ocurra, podría registrar la 'evaporación mágica'. Podría obtener datos sobre los Devoradores que se alimentan de ella. Podría... por fin... entender el mecanismo de cómo se forman las Semillas Dimensionales.
Zafira bostezó, estirándose como un gato. —¿El apocalipsis como evento de investigación? Nat, querida, tu entusiasmo es aterrador. ¡Pero ver el fin del mundo! ¡Qué espectáculo! ¿Habrá buenos asientos? ¡Vamos!
El portal de Samu se abrió a un mundo de silencio absoluto. El aire era gélido, fino y olía a polvo de eones. El cielo no era negro, sino un vacío aterciopelado, desprovisto de estrellas, excepto por una única y diminuta brasa roja, la última estrella moribunda de esta galaxia, que parpadeaba débilmente. Estábamos en una ciudad muerta, reducida a cenizas y polvo por el paso del tiempo.
—Está al norte —dijo Val, su radar psiónico cortando la quietud—. En esa cadena montañosa. Su mente es... inmensa. Y tan tranquila...
La encontramos en la cima de la montaña más alta, sentado con las piernas cruzadas al borde de un precipicio que dominaba el vacío donde una vez había estado el resto del cosmos. No era un hombre. Era una entidad forjada en polvo de estrellas y metal antiguo, su forma vagamente humanoide pero marcada por el peso de las eras. Irradiaba una tristeza y una sabiduría tan profundas que dolía mirarlo. Simplemente, observaba.
—¡Señor! —gritó Val, acercándose con cautela—. ¡Tiene que venir con nosotros! ¡Este lugar, este universo, va a colapsar!
La entidad no se giró. Su voz, cuando habló, no fue un sonido, sino una resonancia en nuestras mentes, profunda como el repique de una campana rota. <Lo sé. Para eso estoy aquí.>
—¡Pero morirá! —exclamó Samu—. ¡Será borrado!
<Yo no muero. Yo observo. Yo recuerdo> —resonó la entidad—. <Es mi penitencia. Soy el Herrero de Mundos Rotos, y debo honrar a esta creación en su último aliento, como no pude honrar a la mía.>
Mientras hablábamos, mi prioridad era la ciencia. Comencé a lanzar mis sondas, pequeños drones que se clavaban en la realidad moribunda, listos para transmitir. —Sensores desplegados —murmuré—. Registrando la fractura cuántica.
El cielo se desgarró. La última estrella roja parpadeó y murió. El universo dio un último suspiro, un gemido de frecuencia ultrabaja que sacudió nuestros huesos. La realidad alcanzó el Nivel 0.
En el vacío, más allá del desgarro, sombras gigantescas comenzaron a moverse: los Devoradores, atraídos por el olor a magia evaporada.
—¡Ya vienen! —gritó Zafira—. ¡Las comadronas de la nada!
—¡No te dejaremos aquí! —insistió Val, agarrando al Herrero por el hombro.
Pero mi atención estaba en otra parte. Los datos de mis sensores inundaban mi cerebro. Era una sobrecarga, un tsunami de información pura sobre la aniquilación. —La evaporación... la cristalización... —jadeé.
Fue entonces cuando sucedió. A medida que veía los datos de la realidad colapsando, dobándose sobre sí misma bajo la presión de los Devoradores, las ecuaciones complejas para la formación de una Semilla Dimensional aparecieron en mi mente. Pero no las estaba aprendiendo. No las estaba descifrando.
Las estaba recordando.
Como si hubiera sabido esta física imposible toda mi vida. Una voz, que era la mía pero infinitamente más antigua, resonó en el fondo de mi conciencia: "Así es como se preserva la vida. Así es como lo hacemos."
El conocimiento de cómo crear universos de la nada, el secreto de los Netherlords, acababa de florecer en mi mente, despertado por la visión del apocalipsis.
En medio de mi revelación, el Herrero de Mundos Rotos giró la cabeza y me miró por primera vez. No vio a una científica. Vio a un igual. Vio el mismo conocimiento que él había usado para crear y fracasar.
<Así que... una nueva Forjadora despierta> —resonó en mi mente, su voz teñida de una nueva emoción: asombro.
—¡Nat, el portal! ¡Tenemos que irnos, ahora! —gritó Samu, tirando de mi brazo.
La realidad del universo muerto se plegaba sobre sí misma, a punto de borrarse por completo. Me saqué de mi estupor, con la mente dando vueltas con un conocimiento que no debería poseer. —¡Ahora!
Samu abrió el portal. Val agarró al Herrero. Esta vez, habiendo completado su vigilia y habiendo sido testigo de mi despertar, no se resistió. Saltamos al vacío giratorio de nuestro portal un nanosegundo antes de que la dimensión 749-Gama se cerrara tras nosotras, desapareciendo de la existencia para siempre.
Aterrizamos con fuerza en el suelo de mármol de nuestro Nexo Cero. Estábamos a salvo. El Herrero de Mundos Rotos estaba con nosotros. Y yo... yo sostenía en mi mente el secreto más grande de la creación.
CONTINUARÁ...

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