Regresamos a nuestros asientos de observadores en el pabellón de audiencias, la humillación de mi fracaso todavía fresca en mi mente. El bucle se había reiniciado, pero la atmósfera se sentía más pesada, el dolor del Emperador era una nota grave que ahora resonaba con más fuerza.
<NATALIA D. (vía comunicador)>: "Mi hipótesis era incorrecta. La lógica no puede cuantificar el arrepentimiento. He agravado su sufrimiento."
Valkyrie, de pie a mi lado en su rol de guardiana, apretó los puños. Su mandíbula estaba tensa. <VALKYRIE>: "La lógica ha fallado porque esto no es un problema lógico, es una herida. Y a veces, para curar una herida, primero hay que extirpar la infección. La charla es inútil. Esa Sombra es un veneno, y yo soy la cirujana."
Supe lo que iba a hacer. Su instinto de guerrera, su impulso de proteger, la obligaba a enfrentarse a la amenaza directamente. No intenté detenerla. Mi método había fallado; ahora era su turno.
Esperamos a que el juicio llegara a su clímax una vez más. El Emperador, con el rostro contraído por una agonía que ya nos resultaba familiar, se preparaba para pronunciar la sentencia. Fue entonces cuando Val se movió.
No pidió audiencia. No se arrodilló. Marchó hacia el trono, su paso firme y decidido era el de una valquiria dirigiéndose a la batalla. Los guardias de la corte, meros constructos del recuerdo, intentaron detenerla, pero se apartaron de su camino como si una fuerza invisible los empujara, su voluntad era demasiado poderosa para que la narrativa del sueño la contuviera.
Se detuvo a los pies del trono, no mirando al Emperador, sino a la oscuridad que se cernía detrás de él. —He venido a liberarte de tu carga, Majestad —dijo, su voz resonando con un poder que silenció a toda la corte—. Y tú —añadió, señalando a la Sombra—, tu vigilia ha terminado.
La Sombra se materializó más plenamente, una figura de oscuridad arremolinada con los ojos del Emperador llenos de un dolor infinito. "¿Liberarlo?" —susurró la Sombra, su voz era un eco de la culpa del Emperador—. "Tú, que llevas el peso de la vergüenza de un padre, ¿vienes a juzgar la pena de otro? No puedes destruir el arrepentimiento, guardiana. Solo puedes añadirle más."
—Puedo destruir a los monstruos que se alimentan de él —replicó Valkyrie.
Y atacó.
Se lanzó hacia la Sombra con una velocidad y una fuerza que hicieron que el propio aire del recuerdo se resquebrajara. Pero antes de que su puño brillante pudiera alcanzar su objetivo, una de las dos estatuas de guerreros de jade que flanqueaban el trono cobró vida.
Sus movimientos eran rígidos, mecánicos. Sus ojos, a diferencia de los de nuestro Golem, estaban vacíos, desprovistos de sabiduría. Era una copia, un Guardián de Jade animado por la memoria del Emperador, una defensa automática programada para proteger el bucle. Desvió el golpe de Val con una fuerza brutal, haciendo que el suelo temblara.
En el otro extremo de la sala, vi a nuestro verdadero Golem, en su forma de monje silencioso, cerrar los ojos. No intervino, su papel en esta narrativa se lo impedía. Pero pude sentir una onda de conflicto emanando de él, atrapado entre su voto de no violencia y la visión de una copia sin alma de sí mismo actuando como un carcelero.
Frustrada y furiosa, Val no se rindió. —¡Si no te apartas, te apartaré yo!
El combate fue breve y catastrófico. Val, en un despliegue de poder puro, se enfrentó al Guardián de Jade. Sus golpes, que podían astillar lunas, rebotaban contra la piel de jade del autómata. El Guardián era invencible, no porque fuera más fuerte, sino porque era una manifestación directa de la voluntad del Emperador de proteger su propio dolor. Atacarlo era atacar al propio Emperador.
Dándose cuenta de esto, Val usó su fuerza no para destruir, sino para superar. Con una finta experta, esquivó un barrido del báculo del Guardián y lo usó como palanca para lanzarse por encima de él, dirigiéndose de nuevo hacia la Sombra.
Esta vez, su puño encontró su marca.
El impacto no produjo un sonido, sino un grito. Un grito de pura agonía que no salió de la Sombra, sino del propio Emperador. Cayó de rodillas desde su trono, con el rostro contorsionado por un dolor insoportable.
La Sombra, en lugar de disiparse, creció. Alimentada por el asalto directo, se expandió como una mancha de tinta, sus zarcillos de oscuridad envolviendo al Emperador que gritaba. El mundo del recuerdo se vino abajo. Los elegantes biombos de papel se incendiaron con llamas frías. Los rostros de los cortesanos se derritieron como cera. El suelo se agrietó, revelando un vacío arremolinado debajo.
Estábamos en el corazón de un alma que se hacía pedazos.
<NATALIA D.>: ¡Val, para! ¡Estás luchando contra él! ¡Lo estás matando!
La realidad de mis palabras la golpeó con la fuerza de uno de sus propios puñetazos. Observó con horror cómo su intento de salvarlo lo estaba destruyendo.
Nuestra burbuja de realidad empezó a fallar bajo la presión del caos. —¡Tenemos que salir, ahora! —grité.
Nos retiramos a la fuerza, expulsadas del recuerdo mientras este colapsaba en un torbellino de dolor y arrepentimiento. Aterrizamos de nuevo en el frío suelo de mármol de la tumba, jadeando.
Valkyrie cayó de rodillas, su rostro era un mapa de frustración y angustia. Su mayor fuerza, su poder para luchar contra la oscuridad, se había demostrado no solo inútil, sino destructiva.
Mientras el bucle temporal comenzaba a reiniciarse lentamente a nuestro alrededor, una figura permaneció inmutable. El verdadero Golem de Jade, nuestro aliado, que había estado de pie en su pedestal todo este tiempo. Con una lentitud solemne, se movió, bajando de su puesto de guardia por primera vez en siglos. Su presencia era una isla de calma en nuestro mar de fracasos. Nos miró, luego al torbellino temporal, y sus ojos de jade brillaron con la misma sabiduría y serenidad que habíamos visto en el monje. No necesitaba palabras. El mensaje era claro: habéis intentado la lógica y la fuerza. Ahora, permitidme que os muestre el camino de la aceptación.
CONTINUARÁ...
