lunes, 22 de septiembre de 2025

La Dama de Encajes y la Bruja de Batalla (10): La Ecuación del Héroe Roto



Nuestra base secreta bajo Aegis City se convirtió en un centro de crisis. El mapa holográfico del universo de Val, con la imagen sonriente del Paladín en el centro de la vorágine de inestabilidad, era nuestro recordatorio constante de la cuenta atrás que enfrentábamos. Luchar contra él era un suicidio; debíamos diseccionarlo, encontrar el fallo en su código existencial y explotarlo. Nos dividimos según nuestras especialidades.

Valkyrie, junto a Destello y Umbra, se encargó de la inteligencia humana, o "meta-humana". Su misión era averiguar todo sobre el hombre detrás del héroe. Pero se toparon con un muro.

<DESTELLO (vía comunicador)>: No hay nada, Nat. Es como si hubiera aparecido de la nada hace seis meses. Sin identidad civil, sin amigos, sin familia. Vive en la aguja de la Liga de Héroes, no come, no duerme. Solo... existe para ser un héroe.

Mientras tanto, Samu y yo abordamos el problema desde un ángulo tecno-mágico. Mientras ella realizaba complejos rituales de adivinación para encontrar una debilidad conceptual, yo me dediqué a analizar la "estática" de la realidad que él dejaba a su paso. Los resultados eran desconcertantes.

<NATALIA D.>: Es como si el universo intentara rechazarlo, como un cuerpo que rechaza un órgano trasplantado. Sus poderes no obedecen las leyes de este plano; las reescriben a la fuerza a cada segundo, y la realidad se "desgarra" en el proceso. No es un ser de este universo.

Los hechizos de Samu solo arrojaban enigmas: "La llave es el cerrajero", "El eco precede a la voz", "Su mayor fuerza es su jaula". Frases poéticas que no nos acercaban a una solución.

La verdadera revelación vino de la fuente más inesperada y adecuada: Zafira. Durante dos días, había permanecido en un profundo trance en su amuleto, casi inmóvil. Cuando emergió, sus ojos, normalmente llenos de picardía, brillaban con la luz de mil secretos.

—Ya lo sé —dijo, su voz inusualmente solemne—. He consultado la "Unión Astral de Entidades Concesionarias", nuestro pequeño... foro de genios. Me costó un par de favores, pero encontré el registro. El origen del Paladín de Oro.

Nos reunimos a su alrededor.

—Él no pidió el deseo —continuó Zafira—. Nunca lo hacen. Los que anhelan el poder de esa forma tan cruda siempre formulan mal el deseo. El deseo fue hecho hace seis meses por un niño de diez años llamado Leo. —Proyectó la imagen de un niño pequeño con gafas, sentado solo en un banco del parque—. Sus padres acababan de morir en un ataque de supervillanos. Estaba solo, asustado, y encontró una vieja lámpara de aceite en una tienda de antigüedades.

El nudo en mi estómago se apretó.

—¿Y qué deseó? —preguntó Val.

—Deseó —dijo Zafira, y sus palabras resonaron con el peso de una tragedia cósmica—: "Deseo que exista el mejor superhéroe del universo. Uno que sea tan fuerte y tan bueno que nadie tenga que volver a sentirse solo y asustado como yo."

El genio, un ser de inmenso poder pero de una literalidad cruel, cumplió. Creó al Paladín de la nada, un constructo mágico con un único propósito: ser la encarnación de ese deseo. Por eso es invencible, por eso tiene todos los poderes. La voluntad de un niño afligido, amplificada por la magia de un genio, es una de las fuerzas más potentes del multiverso. Y por eso está destruyendo la realidad. No pertenece aquí; es una idea forzada sobre el tejido del espacio-tiempo.

<VALKYRIE>: ¿Y la consecuencia inesperada? La "letra pequeña" del deseo.

—El Paladín no puede abandonar este universo —explicó Zafira—. Está atado al niño que lo deseó. Y lo más importante... su voluntad no es suya. Está programado para cumplir la idea que un niño de diez años tiene de un "héroe perfecto": sonreír para las cámaras, dar discursos inspiradores y golpear a los malos. No tiene libre albedrío. Es una marioneta gloriosa.

La solución era tan terrible como evidente. No teníamos que luchar contra el Paladín. Teníamos que encontrar a un niño y pedirle que matara a su héroe.


Encontramos a Leo en un orfanato de la ciudad. Era un niño tímido e introvertido que pasaba los recreos dibujando al Paladín de Oro en un cuaderno. Valkyrie, con su aura maternal, fue quien habló con él. La conversación fue la más difícil de su vida, más dura que cualquier batalla. Le explicó, con una delicadeza infinita, que su héroe, su deseo hecho realidad, estaba enfermando al mundo sin querer. Que para salvar a todos los demás, su deseo tenía que terminar.

El niño lloró, pero en sus ojos había una comprensión que superaba su edad. Había pedido un héroe para que nadie sufriera, y si su héroe estaba causando sufrimiento, entonces el deseo estaba roto. Accedió.

La confrontación final tuvo lugar en la cima de un rascacielos, con el pequeño Leo a nuestro lado. El Paladín de Oro aterrizó ante nosotros, su sonrisa perfecta y su pose heroica intactas.

—¡Ciudadanos! —dijo, su voz resonando con una confianza programada—. ¿Necesitáis mi ayuda?

—Paladín —dije, dando un paso al frente—. Tu existencia es una paradoja que está colapsando esta dimensión. Hemos encontrado el origen.

Señalé a Leo. El Paladín miró al niño, y por primera vez, una emoción real cruzó su rostro: confusión. Un error en su código.

—Leo —dijo Valkyrie suavemente—. Es la hora. Solo tienes que desear que se vaya.

Leo miró a su héroe, con los ojos llenos de lágrimas, y susurró: —Deseo... deseo que seas libre.

La magia del genio, obligada a cumplir, se activó. El cuerpo del Paladín de Oro comenzó a volverse translúcido, a deshacerse en partículas de luz dorada. El deseo que lo anclaba había sido revocado.

Pero entonces, ocurrió la sorpresa final. Mientras se desvanecía, la confusión en el rostro del Paladín fue reemplazada por una serenidad y una comprensión absolutas. Sin las ataduras del deseo, en los últimos segundos de su existencia, era por fin libre de tomar su propia decisión.

Miró la ciudad, el mundo que estaba destruyendo sin saberlo. Miró al niño que lo había creado por desesperación. Y tomó su primera y última decisión como un verdadero héroe.

En lugar de simplemente desaparecer, levantó sus manos doradas y liberó todo el poder paradójico que contenía, no como un arma, sino como una herramienta. Una ola de energía pura y ordenadora surgió de él, recorriendo el universo. No fue una explosión, sino una corrección. Mis sensores mostraron cómo la Escala de Estabilidad del universo saltaba de un peligroso 5.9 de vuelta a un sólido y saludable 8.1. Usó su propia aniquilación para sanar la realidad que había dañado.

Se giró hacia Leo una última vez, y la sonrisa programada fue reemplazada por una genuina y agradecida. —Gracias —dijo, antes de desvanecerse en la nada.

El mundo estaba a salvo. Su mayor héroe se había ido, pero no sin antes demostrar que, al final, había estado a la altura de la leyenda que un niño solitario había soñado para él.

CONTINUARÁ...

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