Las semanas que siguieron se convirtieron en la sinfonía de creación más intensa que jamás había experimentado. Nuestro laboratorio se transformó en el nido de tres mentes geniales trabajando al unísono, un torbellino de hologramas, aleaciones exóticas y el aroma a café y a circuitos recién impresos. El objetivo: el Proyecto "Archivista Silencioso".
Kaelen era el artista, el teórico. Con la elegancia de su raza, diseñaba los sistemas de interfaz no invasivos, basándose en principios de la tecnología de los Creadores que hacían que mi propia ciencia pareciera tosca y primitiva. Dibujaba en el aire diagramas de sondas cuánticas que podían leer un cristal de datos sin tocarlo físicamente, como un fantasma leyendo un libro cerrado.
El Dr. Pesadilla, por otro lado, era una fuerza de la naturaleza. En un arrebato de genialidad obsesiva que duró setenta y dos horas seguidas, y con Val asegurándose de que al menos la nutrición líquida entrara en su sistema, diseñó un motor de "campo sigiloso". Era un dispositivo que no silenciaba al robot, sino que convencía a la realidad circundante de que el robot simplemente no estaba allí. Era una solución tan brillante como demencial.
Mi papel era anclar a estos dos genios a la tierra. Traduje los principios etéreos de Kaelen en planos de ingeniería. Tomé el diseño imposible de Pesadilla y lo convertí en un motor estable, añadiendo disipadores de calor y protocolos de seguridad para evitar que accidentalmente borrara al robot de la existencia. Juntos, construimos no solo una máquina, sino una obra de arte funcional.
El "Archivista-01" era una criatura elegante, con forma de insecto, hecha de una aleación negra que absorbía la luz. Junto a él, construimos un enjambre de "Mecánicos", drones más pequeños diseñados para la tarea a largo plazo de reparar la maquinaria de la biblioteca.
La primera misión del Archivista fue un éxito rotundo. Lo vimos a través de su cámara, una transmisión silenciosa desde un mundo sin sonido. Se deslizó por las colosales torres de la Biblioteca Ciega, invisible para la fauna nativa. Localizó el cubo de datos que contenía el índice principal de la tecnología de viaje dimensional. Un conjunto de finísimas sondas de luz emergió de su chasis, envolviendo el cristal. En nuestra pantalla, vimos terabytes de datos fluyendo a una velocidad asombrosa. La copia se realizó en minutos. El cubo original quedó en su pedestal, intacto.
Con los datos en nuestro poder, una nueva fiebre creativa se apoderó del laboratorio. La información de los Creadores era milenios más avanzada que cualquier cosa que conociera. Empezamos a diseñar. Los planos para el gran portal "Nexo" tomaron forma, una estructura anular que podría crear un puente estable a casi cualquier dimensión. Y lo más emocionante: los "Saltadores de Muñeca". Logré miniaturizar la tecnología en un brazalete elegante, un dispositivo de tránsito personal que nos daría a cada una una libertad sin precedentes. La promesa de la autonomía total, de no depender nunca más de la magia de Samu o de la benevolencia de los Netherlords, estaba al alcance de la mano.
Estábamos revisando el primer prototipo de un Saltador cuando una sombra cayó sobre el laboratorio.
No hubo portal. No hubo sonido. No hubo advertencia.
Tres figuras estaban de pie en el centro de la sala, su mera presencia enfriaba el aire y hacía que los hologramas parpadearan. Los Netherlords habían llegado. Su llegada fue una declaración silenciosa e inequívoca: este universo, por muy nuestro que lo sintiéramos, seguía siendo de su propiedad.
El Netherlord principal se deslizó, sin caminar, hacia la mesa donde reposaba el cubo de datos copiado. Su casco sin rostro se giró para observar nuestros planos, nuestros prototipos, nuestros sueños de independencia.
—Habéis hecho un progreso excelente —resonó su voz, no con calidez, sino con la finalidad de una era glacial—. Más rápido de lo que habíamos previsto.
—Hemos cumplido nuestra parte del trato con los Cybrids —dije, manteniéndome firme—. La información de los Creadores es ahora nuestra.
—Vuestro trato fue una pieza en un juego mucho más grande —respondió el Netherlord, su mirada pasando de los planos a nosotros—. Habéis demostrado ser capaces. Ahora, comienza el verdadero trabajo.
Ante nuestra mirada confusa, el Netherlord extendió una mano. El aire a su alrededor se dobló, mostrando no una imagen, sino un concepto: un espacio vacío, una nueva dimensión en blanco esperando ser escrita.
—No queremos vuestros pequeños juguetes —dijo, con un gesto que desestimaba los Saltadores de Muñeca con una indiferencia aplastante—. Queremos que construyáis el cimiento de una nueva era. Con el conocimiento de los Creadores que ahora poseéis, y nuestro poder para tejer la realidad, crearemos un nuevo plano de existencia. Un "Nexo Cero".
La visión se hizo más clara. Un universo artificial, perfectamente estable, en el centro del multiverso. De él emanaban miles de hebras de luz, cada una un portal estable a una dimensión diferente.
—Un lugar de tránsito y comercio seguros —explicó—. Donde nosotros actuaremos como árbitros para proteger a las realidades de las amenazas que se arrastran por el vacío. Un sistema que traerá orden al caos.
El Netherlord se giró, su invisible mirada pasando por Kaelen, por un tembloroso pero fascinado Dr. Pesadilla y, finalmente, posándose en mí.
—No queremos vuestros dispositivos. Os queremos a vosotros. Queremos que seáis los arquitectos de nuestro gran diseño.
La oferta quedó suspendida en el aire, tan pesada como un planeta. No era una petición, ni una orden. Era un ascenso. Una invitación a convertirnos en los ingenieros de la estructura de control más grande que el multiverso hubiera conocido jamás. La libertad que creíamos haber ganado se reveló como una simple prueba de aptitud para una jaula mucho más grande y dorada. Y la elección que tomáramos a continuación no solo definiría nuestro futuro, sino el de todos los mundos.
CONTINUARÁ...

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