viernes, 14 de noviembre de 2025

La Dama de Encajes y la Bruja de Batalla (25): Canciones del Paraíso


 

Tras meses de intenso trabajo en el Nexo Cero, entre planos de realidades imposibles y la supervisión de genios temperamentalmente opuestos, el aire de nuestro universo de bolsillo se había vuelto denso con el peso del progreso. Fue Zafira quien declaró el estado de emergencia.

—¡Basta! —anunció un día, apareciendo en mi laboratorio—. ¡Mi esencia se está atrofiando por la falta de sol y de frivolidad! Samu, tú y yo nos vamos de vacaciones. ¡Ahora!

Samu, que estaba practicando la creación de escudos mágicos con la Unidad Dos, pareció aliviada. —¿A dónde?

—A mi lugar favorito de todo el multiverso —dijo Zafira, sus ojos brillando con nostalgia—. Un paraíso que descubrí para un antiguo amo, un tipo inofensivo llamado Lord Valerius. Él solo quería un lugar bonito para retirarse con buena compañía. Confía en mí, es el epítome de la relajación.

El portal se abrió a una explosión de luz y color. Aparecimos en una playa de arena tan fina y blanca que parecía azúcar glas, bañada por un mar de un turquesa tan vívido que dolía a los ojos. Palmeras con frutos de colores imposibles se mecían con una brisa cálida que olía a sal y a una flor desconocida y embriagadora. Y bajo todo ello, si te concentrabas, podías oírla: una melodía casi imperceptible, etérea y armoniosa, que no parecía venir de ninguna parte y de todas a la vez.

—La Música de la Creación —susurró Zafira con reverencia—. En este universo, nunca se detuvo del todo.

Los primeros días fueron un sueño idílico. Fiel a su palabra, Zafira se despojó de casi todo y se dedicó a nadar en las aguas cristalinas y a dormir la siesta al sol. Samu, más contenida pero igualmente feliz, se unió a ella, deleitándose en la paz del lugar. Los nativos, un pueblo de gente sonriente y de piel bronceada, nos recibieron con guirnaldas de flores y fruta fresca.

Experimentamos su magia musical de primera mano. Para viajar a una isla vecina, una de las mujeres de la tribu entonó la "Canción de Viaje". Nuestra pequeña canoa no navegó, sino que se deslizó sobre el agua a una velocidad increíble, sin esfuerzo, como si el propio océano nos estuviera llevando en volandas. Vimos cómo cantaban la "Canción de la Abundancia" sobre sus huertos, y casi podías ver las plantas crecer y los frutos madurar ante tus ojos.

Fue al tercer día cuando Zafira decidió buscar a su antiguo amo.

—Lord Valerius debería estar en la isla principal. Tenía un pequeño palacio de bambú junto a las cascadas —explicó mientras desembarcábamos.

Pero el palacio estaba vacío, cubierto por enredaderas. Cuando Zafira preguntó a los locales por el hombre alto y de pelo claro que vivía allí, sus rostros sonrientes se ensombrecieron.

—Se fue, Señora de la Luz —dijo una anciana, tejiendo una red—. Se fue en la Última Barca.

La frase no tenía sentido, pero estaba cargada de una finalidad terrible. Zafira frunció el ceño, confundida. Nadie quiso decir nada más.

Mientras Zafira intentaba obtener más información, Samu paseaba por el pueblo, observando. Su mente, acostumbrada a analizar los patrones de la magia, empezó a analizar los patrones de la gente. Vio a mujeres de todas las edades, desde niñas pequeñas hasta ancianas venerables. Vio a niños correteando por la playa. Vio a algunos adolescentes, chicos flacos y nervudos en el umbral de la hombría. Y entonces se dio cuenta.

<SAMU (vía comunicador)>: "Zafira... ¿dónde están los hombres?"

Zafira se detuvo en su interrogatorio y miró a su alrededor, viendo de verdad por primera vez. Era cierto. No había hombres adultos. Ni uno. Ni padres, ni maridos, ni tíos. Solo niños y adolescentes.

<Zafira>: "Eso no es posible. Recuerdo este lugar. Era... equilibrado."

Su paraíso personal, el lugar de sus recuerdos felices, de repente tenía una grieta, una imperfección monstruosa que no habían notado hasta ahora. La alegría de las vacaciones se evaporó, reemplazada por un frío y reptante misterio.

Volvieron con la anciana que les había hablado de la "Última Barca". Esta vez, su pregunta fue diferente.

—¿Qué les pasó a los hombres? —preguntó Samu directamente.

La anciana suspiró, un sonido como el de las olas retirándose de la orilla. Miró al horizonte, hacia una mancha oscura que apenas se distinguía en la lejanía del océano.

—No les pasó nada —dijo, su voz era un susurro tembloroso—. Se los llevaron. Como siempre. La Isla Nocturna siempre reclama su tributo.

El paraíso tenía un secreto. Uno oscuro, cíclico y mortal. Y, al parecer, se había cobrado al único amigo que Zafira había tenido en este rincón del multiverso.

CONTINUARÁ...

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