El mundo no se acabó con un estruendo, sino con el susurro de una página al pasar. En el instante en que el libro nos "habló", una fuerza invisible e ineludible nos barrió. No era física ni mágica en el sentido que Samu entendía; era una fuerza narrativa. Sentí cómo mi historia personal, mis datos biográficos, mis recuerdos y mis conocimientos eran escaneados, indexados y catalogados a una velocidad imposible. Mi cuerpo se disolvió en un torbellino de letras y tinta, mi conciencia arrastrada hacia la oscuridad encuadernada.
Cuando la sensación cesó, estaba sentada en un taburete de bar. El aire olía a alcohol alienígena y a ozono de portal. Frente a mí, un ser de una belleza imposible, un dios con aspecto de estrella de rock, me sonreía.
—Así que, para aclarar el papeleo —dijo, su voz era un terciopelo cósmico—, el formulario 7-Sigma te marcó como una anomalía. Técnicamente, no deberías existir en tu plano natal.
Era el "Tiro Cósmico". El principio de todo. Revivía el momento exacto en que mi vida había descarrilado hacia lo imposible. Pero algo estaba mal. La camarera, una criatura con tentáculos, me sirvió un cóctel que humeaba con signos de interrogación, y repitió el mismo movimiento tres veces. La música de fondo era un bucle de tres segundos. Era un recuerdo, sí, pero imperfecto. Una simulación. El Bibliófago me había encerrado en mi propio "Capítulo Uno", obligándome a revivir mi origen una y otra vez. Como científica, empecé a buscar los fallos en el código.
El peso de la corona de su ducado nunca le había parecido tan pesado a Samu. Estaba de pie en el gran salón de su castillo, vestida con un atuendo de corte opresivo. Su padre le presentaba al Príncipe Theron, un joven apuesto pero con una sonrisa vacía.
—Un partido perfecto para nuestra casa —tronó la voz de su padre, una frase que había oído mil veces.
La desesperación la ahogaba. Conocía esta escena. Era la noche en que había decidido huir. Corrió por los pasillos, las voces de sus padres persiguiéndola como fantasmas. Llegó a su habitación, se concentró y abrió un Salto Dimensional, un desgarro de color y libertad en la pared. Pero justo cuando iba a cruzar, la puerta del portal se cerró de golpe y se encontró de nuevo en el gran salón, con su padre diciendo: "Un partido perfecto para nuestra casa".
El libro la había encerrado en su momento de mayor desesperación, alimentándose de su sensación de estar atrapada. Pero en la tercera repetición, Samu, la poderosa bruja, notó algo. En el gran tapiz que representaba la historia de su familia, una de las palabras bordadas en el lema familiar -"Honor"- parpadeó y por un instante se leyó "Error". La narrativa tenía fisuras.
El frío de la sala de audiencias era más penetrante que cualquier invierno. Valkyrie estaba de pie, con su uniforme de heroína, mientras un político de rostro severo leía el veredicto.
—...debido a sus lazos familiares con el supervillano conocido como Dr. Pesadilla, y por la seguridad de la nación, su licencia de superheroína queda revocada con efecto inmediato.
Vio los rostros de sus compañeros de equipo, Destello y Umbra, llenos de ira y tristeza. Sintió el peso de la traición de un mundo al que había salvado incontables veces. El dolor era tan fresco como el primer día. Era su capítulo de la caída, el momento que definía su exilio.
El político repitió la frase: "...su licencia de superheroína queda revocada...". Una y otra vez. El libro se deleitaba en su dolor y su sentido de la injusticia. Pero Valkyrie era una guerrera. El dolor podía ser un arma o una prisión. Ella se negó a ser prisionera. En lugar de centrarse en las palabras del político, se concentró en la textura de la alfombra, en el patrón de luz en la pared. Buscó los bordes de la jaula, los límites de la historia que la contenía. La narrativa quería que se sintiera impotente, pero ella comenzó a buscar su poder.
Zafira no estaba en ninguna parte y, a la vez, estaba en todas.
Para ella, la captura fue diferente. Siendo una entidad "bosónica" de energía y luz, era como intentar atrapar el humo con una red. El libro no pudo forzar su conciencia en una única narrativa lineal. En lugar de caer en un capítulo, fue absorbida por el libro mismo.
Se encontró en un lugar que solo podía describirse como los "márgenes". A su alrededor, ríos de texto fluían como galaxias de tinta. Veía las historias de sus amigas, encapsuladas en perfectos bloques de prosa. Veía los capítulos de otras almas atrapadas: la historia de la Profesora Elara Vance, la de un caballero de una dimensión medieval, la de un piloto de naves estelares. Estaba en el "back-end" del Bibliófago, el código fuente de la prisión.
Estaba libre, pero sus amigas no. Era poderosa, pero no podía interactuar directamente con sus capítulos. Era una observadora impotente. Pero un genio nunca carece de ingenio. No podía cambiar la historia, pero ¿quizás podría editarla?
Se concentró y se lanzó hacia el capítulo de Natalia. No podía aparecer, pero podía alterar un detalle. Durante un instante, la bebida del dios en la barra brilló con la luz cobriza de Zafira.
Luego, se lanzó a la historia de Samu. No podía hablar, pero podía alterar una palabra. El tapiz familiar que ponía "Honor" parpadeó de nuevo, pero esta vez se leyó "Zafira".
Finalmente, fue al capítulo de Val. No podía manifestarse, pero podía cambiar un color. El aburrido maletín que sostenía el político brilló por un segundo con el color exacto del amuleto de Zafira.
Eran pistas sutiles, errores en la matriz, mensajes en una botella lanzados a través de un mar de historias.
Natalia vio el brillo. Una anomalía física que no debería existir. Samu vio la palabra. Magia familiar. Val vio el color. Un ancla de su vida actual en medio de su pasado.
Las tres, cada una a su manera, se aferraron a esa imperfección. Se concentraron en ella, usando toda su fuerza de voluntad, no para luchar contra la historia, sino para tirar de la hebra suelta que Zafira les había lanzado.
La realidad de sus capítulos se resquebrajó. Las paredes de texto se derrumbaron. Y una por una, cayeron fuera de sus prisiones narrativas, aterrizando en un espacio en blanco, como una página esperando ser escrita. Frente a ellas, Zafira se materializó, sonriendo.
—¿Os ha gustado la visita guiada por vuestros traumas? —dijo con picardía—. Yo le doy dos estrellas. Poca oferta de aperitivos.
Estaban juntas de nuevo. En el corazón de la mente del libro. A su alrededor, podían ver los lomos de miles de otros libros, los capítulos de miles de otras almas, incluyendo el de la "Profesora Elara Vance".
Pero no estaban solas. Del suelo de la página en blanco, la tinta comenzó a acumularse, elevándose y tomando forma. Una figura alta y encapuchada, hecha de palabras robadas y gramática malévola, se formó ante ellas. Era el guardián de la biblioteca, el avatar del propio Bibliófago.
"Los lectores rebeldes serán re-editados" —resonó una voz, que sonaba como el pasar de un millón de páginas a la vez.
La batalla por su libertad, y la de todos los demás, acababa de comenzar.
CONTINUARÁ...
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