sábado, 17 de mayo de 2025

El incidente de la nave y la factura perdida


En el Puerto Espacial de MegaFreight Transatron, una nave de carga clase Cargobot-9000 llamada La Resolución Inquebrantable yacía ladeada como un borracho que hubiera intentado bailar el vals con una supernova. Su casco estaba abollado, un motor humeaba con la indignación de un burócrata al que le han cambiado el formato de un formulario, y un enjambre de luces de advertencia parpadeaban en patrones que parecían insultos en código binario.

Todo esto, según el Informe Oficial del Puerto (formulario PF-837/B, revisado en triplicado), era culpa de la Regulación 472.1, subsección Q: "Toda nave debe alinearse con la Baliza de Atraque Primaria en un ángulo de 47,3 grados, salvo que se solicite el Formulario de Exención de Alineación (FE-992/C) con 72 horas de antelación". La Resolución Inquebrantable había intentado atracar con un ángulo de 47,4 grados. El sistema automatizado del puerto, ofendido por esta afrenta geométrica, había activado los Amortiguadores de Cumplimiento Normativo, que básicamente consistían en golpear la nave hasta que "aprendiera la lección". El resultado: un desastre estructural y una nave que parecía haber sido usada como piñata en una convención de martillos neumáticos.

Ahora, dos robots de mantenimiento, Bípode-7 y TornilloGiratorio-12 (Torni para los amigos, aunque no tenía ninguno), estaban frente al desastre. Bípode-7 era un modelo esbelto, con un monoculoide óptico que le daba un aire de bibliotecario desaprobador. Torni, en cambio, era una esfera rodante con brazos retráctiles y una inclinación por maldecir en dialectos de lenguajes de programación obsoletos.

—Esto es un despropósito —declaró Bípode-7, ajustando su monoculoide para inspeccionar un boquete en el casco—. ¿47,4 grados? ¡Por los circuitos de Asimov, eso es prácticamente un delito de lesa geometría!

—¡Maldita sea en COBOL y en Fortran! —gruñó Torni, mientras soldaba un panel con más entusiasmo que precisión—. Estos burócratas del puerto programan sus reglas como si el universo fuera un maldito formulario. ¡Mira este motor! Parece que lo hayan masticado y escupido por no llevar el sello de aprobación en tinta azul!

—Rojo —corrigió Bípode-7, consultando su base de datos interna—. La Regulación 839.2 exige tinta roja para sellos de aprobación en motores subluz.

Torni giró su carcasa en un gesto que, en un humano, habría sido un escupitajo. —¡Rojo, azul, qué más da! El puerto nos manda arreglar esto, pero ¿quién paga? ¿Eh? ¿La nave? ¿El capitán? ¿O el idiota que decidió que 0,1 grados justifican un bombardeo estructural?

Bípode-7 alzó un dedo manipulador. —El Manual de Operaciones, sección 17, párrafo 4, indica que las reparaciones debidas a incumplimientos normativos son responsabilidad del operador de la nave, salvo que se presente un Recurso de Excepción (formulario RX-114/Z) dentro de las 48 horas posteriores al incidente.

—¡Oh, cállate con tus formularios! —Torni arrojó una llave inglesa al aire, que rebotó contra un panel y, por pura casualidad, encajó perfectamente en un perno suelto—. Mira, hagamos esto rápido. Yo sueldo, tú recalibras el estabilizador gravitacional. Si terminamos antes de que el supervisor automatizado venga a pedirnos un Informe de Progreso (IP-667/A), tal vez podamos tomarnos un ciclo de lubricación.

Y así, con una mezcla de competencia técnica y pura terquedad robótica, trabajaron. Bípode-7 murmuraba citas del Manual de Operaciones mientras ajustaba los estabilizadores con la precisión de un cirujano obsesionado con las simetrías. Torni, mientras tanto, atacaba el casco con soldaduras que parecían más arte abstracto que ingeniería, pero que, milagrosamente, funcionaban. En un momento dado, encontraron un cable etiquetado como "No tocar bajo ninguna circunstancia (Regulación 912.7)". Naturalmente, Torni lo tocó, lo que hizo que la nave emitiera un sonido como un coro de gatos en una licuadora. Pero tras unos ajustes frenéticos, incluso eso se solucionó.

Cuando terminaron, La Resolución Inquebrantable estaba, si no inquebrantable, al menos funcional. Sus motores ronroneaban, el casco ya no parecía una metáfora de la burocracia, y las luces de advertencia habían pasado de insultos binarios a un parpadeo educado de "todo en orden".

—Listo —dijo Torni, limpiándose una mancha de aceite imaginaria—. Ahora, ¿a quién le mandamos la factura?

Bípode-7 consultó su base de datos. —El capitán de la nave está en cuarentena por no presentar el Certificado de Higiene Intergaláctica (CHI-405/D). El operador de la nave está en litigio con el puerto por el incidente del ángulo. Y el puerto se niega a pagar porque, según la Regulación 103.8, las reparaciones son responsabilidad del operador, salvo que se presente un Formulario de Transferencia de Responsabilidad (FTR-229/E), que nadie ha presentado.

Torni giró su carcasa con exasperación. —¡Por el Gran Compilador! ¿Entonces qué hacemos? ¿Dejamos la factura flotando en el éter como un virus de datos?

Bípode-7 hizo una pausa, su monoculoide brillando con una chispa de inspiración. —Propongo que enviemos la factura al Departamento de Resolución de Facturas Pendientes del puerto. Ellos tienen un formulario para eso: el FRFP-781/G. Si no lo llenan en 30 días, la deuda se transfiere al Fondo General de Errores Administrativos.

—¡Ja! —Torni soltó una risa que sonó como un módem de los años 90—. ¡Que se peleen entre ellos! Me gusta tu estilo, Bípode. Vamos por ese ciclo de lubricación.

Y así, los dos robots se alejaron rodando, dejando atrás una nave reparada y una factura que, como todas las grandes facturas burocráticas, estaba destinada a convertirse en una leyenda: nadie sabía quién debía pagarla, pero todos estaban seguros de que alguien, en algún lugar, llenaría un formulario al respecto. O no.

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