La catástrofe se avecina y no hay
escapatoria posible. Nuestro Sol se está consumiendo poco a poco, día a día,
hora tras hora, minuto a minuto. En su centro tienen lugar procesos violentos
de fusión nuclear y los dicharacheros y revoltosos núcleos de hidrógeno se dan
de tortas calientes unos contra otros, quedándose embarazados durante un
suspiro, y pariendo velozmente núcleos de helio, mientras lanzan gritos de
energía luminosa y calorífica en forma de brillantes fotones que viajan
lentamente hasta la lejana fotosfera. Una vez allí, acompañados por chorros de
otras partículas menos deslumbrantes pero más pesadas como electrones y
protones las cuales, a su vez, constituyen el viento solar, disponen de algo
más de ocho minutos para alcanzar nuestro planeta azul. De vez en cuando,
nuestra estrella, quizá afectada de indigestión, se deshace de materia molesta
en forma de eructos violentos llamados eyecciones de masa coronal. Y la
respuesta de la Tierra consiste en alejarse paulatinamente, cada vez un poquito
más de semejantes actos groseros y maleducados.
La cantidad de energía que emite
el Sol por unidad de tiempo recibe el nombre de luminosidad y es debida a los
procesos de fusión nuclear que tienen lugar en lo más profundo de su corazón,
como os he contado poéticamente en el párrafo anterior. Para nuestra estrella,
esta luminosidad asciende nada menos que a 390 cuatrillones de joules cada
segundo. Si hacemos uso de la célebre ecuación de Einstein que relaciona la
masa y la energía, comprobamos fácilmente que una cantidad de energía como la
que emite el Sol equivale a una pérdida de masa de 137 billones de toneladas
por año, un porcentaje ridículo de su masa total, unos 1980 cuatrillones de
toneladas.
Este no es el único procedimiento
por el que nuestra estrella madre lanza materia al espacio. Otro proceso
importante, aunque no tanto como la fusión nuclear, es el viento solar, que
también aparece en el primer párrafo. Consiste en haces de partículas
subatómicas, principalmente protones y electrones, además de otras muchísimo
más ligeras, como neutrinos. A partir de datos empíricos, se puede estimar, de
forma aproximada, la cantidad de masa estelar que es expulsada en forma de
viento solar. Partiendo de que la velocidad de dicho viento ronda los 350 km/s
y que la densidad de protones medida en la Tierra alcanza los 9 por centímetro
cúbico y despreciando la contribución del resto de partículas, por ser todas
mucho menos pesadas que los protones, se llega a que el viento solar se lleva
consigo algo menos de 47 billones de toneladas cada año, aproximadamente la
tercera parte de la que se pierde por procesos de fusión nuclear.
¿Cuál es la consecuencia
inmediata de todo lo expuesto hasta ahora? Veamos, si repasáis vuestra física
de bachillerato, quizá recordéis aquel mágico momento en que vuestros malvados
y malintencionados profesores os explicaron las leyes de un tal Kepler.
Haciendo un poco de memoria, puede que incluso venga a vuestras mentes
inocentes aquello de que el momento angular de los planetas se conserva mientras
describen sus respectivas y elípticas orbitas alrededor del Sol. Al fin y al
cabo, no pocos quebraderos de cabeza le supuso todo esto al bueno de Johannes
Kepler y sus tres leyes del movimiento planetario. Y ni aun así sois capaces de
rendirle un mínimo homenaje y respeto al entenderlas y aprenderlas de una vez
para siempre. Pues bien, dicho de una forma extremadamente simple, la susodicha
conservación del momento angular implica que a medida que la masa total del Sol
disminuye (y, en consecuencia, su atracción gravitatoria sobre la Tierra y
todos los demás cuerpos del sistema solar) la distancia a nuestro planeta debe
aumentar. Esto significa que la Tierra se alejará del Sol constantemente, al
menos mientras la luminosidad de éste se mantenga uniforme, cosa que sucederá
mientras continúe la fase de fusión de hidrógeno y no comience la fase de
gigante roja en la evolución de nuestra estrella.
Cuando se introducen en la ecuación
de la constancia del momento angular los valores estimados para la pérdida de
masa solar, así como la distancia media del radio de la órbita y la masa del
Sol, obtenemos que el mundo que habitamos se encuentra cada año un poquito más
allá, adentrándose en el tenebroso, frío y oscuro espacio interestelar, a la
increíble velocidad de 1,4 centímetros anuales. ¡Vertiginoso!
Fuente:
A Solar Diet Plan D. Staab, E. J. Watkinson, Z. Rogerson and M. Walach. Journal of Physics Special Topics, Vol. 11, No. 1, 2012.
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