lunes, 31 de enero de 2011

De causas y efectos

Fuente: La ciencia es bella



"Las antenas de telefonía móvil relacionadas con misteriosos incrementos de natalidad”. Este es el impactante titular que me encontré hace unos días en las sección de ciencias del diario británico The Guardian. El artículo comenzaba preguntándose si la radiación emitida por las antenas podría ser la causa del aumento en el número de nacimientos (quizá interfiriendo con algún método de control de natalidad, se me ocurre). La pregunta era inevitable tras haberse dado a conocer un estudio realizado por todo el Reino Unido en el que se concluye que “por cada nueva antena instalada en un área, hay 17,6 nacimientos más sobre la media nacional”. Por supuesto, se había realizado un análisis estadístico de los datos; con él se determinó que el coeficiente de correlación (una medida estadística de la relación entre dos variables) entre el número de antenas y el de nacimientos era del 98,1% y por tanto, la probabilidad de que la relación sea debida al azar es de sólo el 0,00003%. Impresionante, ¿verdad?
Otros estudios han encontrado fuertes correlaciones estadísticas entre la presencia de las antenas base y el número de casos de cáncer infantil (lo que ha sido descartado), y también con problemas de conducta en niños (otro titular muy reciente: “Asocian usar el móvil en el embarazo con mala conducta infantil”).
A la vista de las investigaciones citadas parece más que evidente que la radiación electromagnética asociada a la telefonía móvil tiene efectos biológicos sobre el ser humano, ¿no es así? Lo cierto es que no. Es muy importante señalar que hasta la fecha ningún estudio ha podido demostrar que la radiación emitida por las antenas, incluso aunque fuera mayor en varios órdenes de magnitud, tenga efectos fisiológicos sobre las personas, incluyendo las que están todavía cobijadas en el útero. Y quienes aseguran lo contrario (que haberlos, haylos), mienten como bellacos. Así que es muy posible que se esté preguntando qué demonios pasa con el artículo que le comento. Lo que pasa es que ese mismo artículo, además de ser impecablemente correcto en los análisis estadísticos, alerta de que la correlación entre el número de antenas y el de nacimientos no implica una relación causa-efecto. Vamos, que el mayor número de nacimientos no está causado por la presencia de antenas de telefonía móvil, sino por un tercer factor que sirve de nexo de unión entre ambas variables: el incremento de la población. La novedad estriba es que es la primera vez, que yo sepa, que en un artículo enfocado al gran público se advierte que no siempre que un suceso B sigue a un suceso A significa que A es la causa de B. Es cierto que en las áreas donde hay más antenas de telefonía hay más nacimientos, más cánceres y más niños con problemas de conducta: se trata simplemente de que se colocan donde hay más población, porque ahí son más necesarias. Si los “investigadores” empeñados en relacionar las antenas con el cáncer “estudiaran” su efecto sobre cosas como la miopía, o el pelo rubio, o la celulitis, o el consumo de mejillones, un suponer, se sorprenderían de la cantidad de cosas de que podemos responsabilizarlas. Y si se olvidaran de las antenas y trataran de ver la relación entre, otro suponer, el número de floristerías y el de tumores, llegarían a la conclusión de que las flores son cancerígenas; conclusión tan equivocada como la de achacar la enfermedad a las antenas.
En muchísimas ocasiones la correlación nada tiene que ver con una relación de causa y efecto.
Si no se entiende, basta con forzar la situación para llegar a absurdos como los siguientes: “se ha constatado una mayor esperanza de vida en los países con mayor consumo per cápita de coñac francés”; “disminuye drásticamente el embarazo entre adolescentes a partir de los 20 años”; o “hay más riesgo de accidentes en las carreteras cercanas al domicilio del conductor”.
La evolución nos ha conducido a ver relaciones de causa-efecto para salvar el pellejo: si me pongo malo tras comer un fruto desconocido, es bueno creer que es este quien me ha dejado para el arrastre y no volver a probarlo. Quizá esto explique supersticiones como la del deportista que lleva siempre los mismos calzones con que marcó el gol de su vida -la magia de los amuletos-, o la creencia en las curaciones de las pseudomedicinas, otra visión mágica del mundo.

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