Fuente: Naukas
En 1970, una monja radicada en Zambia y llamada Hermana Mary
Jucunda escribió al doctor Ernst Stuhlinger, entonces director asociado
de ciencia en el Centro de Vuelos Espaciales Marshall de la NASA, en
respuesta a sus investigaciones
sobre una misión tripulada a Marte. Concretamente, preguntó cómo podía
sugerir que se gastasen miles de millones de dólares en un proyecto así
en un tiempo en el que tantos niños morían de hambre en la Tierra.
Stuhlinger envió a la Hermana Jucunda la siguiente carta de explicación junto con una copia de Earthrise,
la fotografía-icono de la Tierra tomada en 1968 por el astronauta
William Anders desde la luna (también incluida en esta carta). Su
estudiada respuesta fue más tarde publicada por la NASA bajo el título
de “¿Por qué explorar el Espacio?”
6 de mayo de 1970
Estimada Hermana Mary Jucunda,
Su carta ha sido una de tantas que me llegan cada día, pero me ha
conmovido más profundamente que todas las demás porque viene de una
mente inquieta y un corazón compasivo. Intentaré responder a su pregunta
lo mejor que pueda.
Primero, sin embargo, me gustaría expresarle la gran admiración que
siento por usted y por sus valientes hermanas, porque están ustedes
dedicando sus vidas a la más noble causa del hombre: ayudar a sus
semejantes necesitados.
Pregunta en su carta cómo puedo sugerir que se gasten miles de
millones de dólares en un viaje a Marte, en un momento en el que muchos
niños mueren de hambre en la Tierra.
Sé que no espera usted una respuesta como “¡Oh, no sabía que había
niños muriéndose de hambre, pero desde ahora dejaremos de explorar el
espacio hasta que la humanidad haya resuelto ese problema!” En realidad,
sé de la existencia de niños hambrientos mucho antes de saber que un
viaje al planeta Marte es técnicamente posible. Sin embargo, como muchos
otros, creo que viajar a la Luna, y luego a Marte y otros planetas, es
una aventura que debemos emprender ahora, e incluso creo que ese
proyecto, a la larga, contribuirá más a la solución de esos graves
problemas que tenemos aquí en la Tierra que muchos otros potenciales
proyectos de ayuda que se están debatiendo y discutiendo año tras año, y
que son tan lentos a la hora de proporcionar ayuda tangible.
Antes de intentar describir en más detalle cómo nuestro programa
espacial contribuye a la solución de nuestros problemas en la Tierra, me
gustaría relatarle brevemente una supuesta historia real. Hace 400
años, vivía un conde en una pequeña aldea de Alemania. Era uno de los
condes benignos, y daba gran parte de sus ingresos a los pobres de su
aldea. Eso era muy de agradecer porque la pobreza abundaba en los
tiempos medievales y había epidemias de plaga que asolaban con
frecuencia el campo. Un día, el conde conoció a un extraño hombre. Tenía
una mesa de trabajo y un pequeño laboratorio en su casa, y trabajaba
duro durante el día para poder permitirse algunas horas de trabajo en su
laboratorio por las noches. Tenía lentes pequeñas hechas de trozos de
vidrio; montaba las lentes en tubos y usaba esos aparatos para mirar
objetos muy pequeños. El conde estaba particularmente fascinado por las
minúsculas criaturas que podían observarse con grandes aumentos, y que
nunca antes habían sido vistos. Invitó al hombre a mudar su laboratorio
al castillo, a convertirse en un miembro de su casa y a dedicar desde
entonces todo su tiempo al desarrollo y perfeccionamiento de sus
aparatos ópticos como empleado especial del conde.
Los aldeanos, sin embargo, se enfadaron cuando se dieron cuenta de
que el conde estaba desperdiciando su dinero en lo que ellos
consideraban una payasada sin sentido. “¡Sufrimos por la plaga,” decían,
“mientras le paga a ese hombre por un hobby sin utilidad!” Pero el
conde permaneció firme. “Os doy tanto como puedo,” dijo, “pero también
apoyaré a este hombre y a su trabajo, porque creo que un día algo útil
saldrá de ello.”
Realmente, salieron cosas muy útiles de ese trabajo, y también de
trabajos similares hechos por otros en otros lugares: el microscopio. Es
bien sabido que el microscopio ha contribuido más que cualquier otro
invento al progreso de la medicina, y que la eliminación de la plaga y
de muchas otras enfermedades contagiosas en todo el mundo es en buena
parte el resultado de los estudios que el microscopio hizo posibles.
El conde, al reservar algo de su dinero para investigación y
descubrimiento contribuyó mucho más al alivio del sufrimiento humano que
lo que hubiera conseguido dando a su comunidad asolada por la plaga
todo lo que pudiera ahorrar.
La situación que afrontamos hoy es similar en muchos aspectos. El
Presidente de los Estados Unidos gasta unos 200.000 millones de dólares
en su presupuesto anual. Ese dinero va a sanidad, educación, servicios
sociales, renovación urbana, autopistas, transportes, ayuda al exterior,
defensa, conservación, ciencia, agricultura y muchas instalaciones
dentro y fuera del país. Aproximadamente el 1,6% de este presupuesto
nacional se destina este año a la exploración espacial. El programa
espacial incluye el Proyecto Apolo y muchos otros proyectos más pequeños
en física espacial, astronomía espacial, biología espacial, proyectos
planetarios, proyectos de recursos de la Tierra e ingeniería espacial.
Para hacer posible este gasto en el programa espacial, el contribuyente
norteamericano medio con ingresos de 10.000 dólares paga unos 30 dólares
de sus impuestos para el espacio. El resto de sus ingresos, 9.970
dólares, queda para su subsistencia, recreo, ahorros, otros impuestos, y
todos sus demás gastos.
Probablemente usted se preguntará: “¿por qué no coge 5, o 3, o 1
dólar de esos 30 dólares para el espacio que el contribuyente
norteamericano medio está pagando, y envía esos dólares a los niños
hambrientos?” Para responder a esa cuestión, tengo que explicarle
brevemente cómo funciona la economía de este país. La situación es muy
similar en otros países. El gobierno consiste en un número de
departamentos [ministerios] (Interior, Justicia, Sanidad, Educación y
Servicios Sociales, Transporte, Defensa y otros), y las oficinas
[bureaus] (Fundación Nacional para la Ciencia, Administración Nacional
de Aeronáutica y del Espacio, y otras). Todos ellas preparan sus
presupuestos anuales según sus misiones asignadas, y cada una de ellos
defiende su presupuesto frente a una supervisión extremadamente severa
por parte de las comisiones del Congreso, y frente a una fuerte presión
de ahorro por parte de la Oficina Presupuestaria y del Presidente.
Cuando los fondos son finalmente asignados por el Congreso, solamente
pueden gastarse en las partidas presupuestarias especificadas y
aprobadas en su presupuesto.
El presupuesto de la Administración Nacional de Aeronáutica y del
Espacio, por supuesto, solamente puede contener partidas directamente
relacionada a la aeronáutica y al espacio. Si ese presupuesto no fuese
aprobado por el Congreso, los fondos propuestos no estarían disponibles
para nadie más; sencillamente no serían gravados al contribuyente, a
menos que alguno de los otros presupuesto hubiese obtenido la aprobación
para un aumento específico, que entonces absorberían los fondos no
gastados en el espacio. Se dará usted cuenta, a partir de este breve
discurso, que el apoyo a los niños hambrientos, o más bien un apoyo
adicional a lo que los Estados Unidos ya está contribuyendo para esa
misma noble causa en la forma de ayuda al exterior, solamente puede
obtenerse si el departamento apropiado solicita una asignación para este
fin, y si esa asignación es aprobada por el Congreso.
Puede usted preguntarse si yo, personalmente, estaría a favor de una
acción así por parte de nuestro gobierno. Mi respuesta es un rotundo sí.
De hecho, no me importaría en absoluto si mis impuestos anuales fuesen
aumentados un cierto número de dólares con el fin de alimentar niños
hambrientos dondequiera que vivan.
Sé que todos mis amigos sienten lo mismo. No obstante, no podemos
llevar a cabo un programa así simplemente desistiendo de nuestros planes
de viajar a Marte. Al contrario, creo incluso que al trabajar para el
programa espacial puedo hacer alguna contribución al alivio y eventual
solución de problemas tan graves como la pobreza y el hambre en la
Tierra. En el problema del hambre hay dos funciones básicas: la
producción de comida y su distribución. La producción de alimentos por
medio de agricultura, ganadería, pesca y otras operaciones a gran escala
es eficiente en algunas partes del mundo, pero drásticamente deficiente
en muchas otras partes. Por ejemplo, podrían utilizarse mucho mejor
grandes extensiones de terreno si se aplicasen métodos eficientes de
control de cuencas fluviales, uso de fertilizantes, pronósticos
meteorológicos, evaluación de fertilidad, programación de plantaciones,
selección de campo, hábitos de plantación, cadencia de cultivos,
inspección de cosecha y planificación de recolecciones.
La mejor herramienta para mejorar todas esas funciones, sin duda, es
el satélite artificial en órbita terrestre. Dando vueltas al mundo a
gran altitud, puede explorar grandes zonas de terreno en poco tiempo;
puede observar y medir una gran variedad de factores que indican el
estado y las condición de cosechas, suelo, sequías, precipitaciones,
nieve, etc, y puede enviar esta información por radio a las estaciones
de tierra para su buen uso. Se ha estimado que incluso un sistema
modesto de satélites terrestres equipados con sensores, trabajando en un
programa de mejora agrícola a escala mundial, aumentaría el tamaño de
las cosechas en el equivalente de muchos miles de millones de dólares.
La distribución de alimentos a los necesitados es un problema
completamente diferente. La cuestión no es tanto de volumen de
transporte como de cooperación internacional. El gobernante de un país
pequeño puede sentirse incómodo ante la perspectiva de recibir grandes
envíos de alimentos provenientes de un país grande, sencillamente porque
tema que junto con los alimentos esté importando influencia y poder
extranjeros. Me temo que un alivio eficiente del hambre no llegará a
menos que las fronteras nacionales sean menos divisorias de lo que son
hoy. No creo que el vuelo espacial consiga el milagro de la noche a la
mañana. Sin embargo, el programa espacial se encuentra entre los agentes
más poderosos y prometedores que trabajan en esa dirección.
Permítame tan sólo recordarle la reciente casi tragedia del Apolo 13.
Cuando llegó el crucial momento de la reentrada de los astronautas, la
Unión Soviética cortó todas las transmisiones rusas en las bandas de
frecuencia usadas por el Proyecto Apolo para evitar cualquier
interferencia, y los buques rusos se desplegaron en los Océanos
Atlántico y Pacífico en caso de que se hiciese necesario un resca te de
emergencia. Si la cápsula hubiera caído cerca de un buque ruso, los
rusos sin duran habrían dedicado todos los esfuerzos necesarios para su
rescate, como si fuesen cosmonautas rusos los que hubieran regresado del
espacio. Si los viajeros rusos se encuentran alguna vez en una
situación de emergencia similar, los norteamericanos harán lo mismo sin
dudarlo.
Más alimentos gracias a estudios y valoraciones desde la órbita, y
mejor distribución de alimentos gracias a la mejora en las relaciones
internacionales, son tan sólo dos ejemplos de la profundidad con que el
programa espacial hace mella en la vida sobre la Tierra. Me gustaría
citar otros dos ejemplos: la estimulación del desarrollo tecnológico y
la generación de conocimiento científico.
Los requisitos que deben imponerse a los componentes de una nave
espacial que viaja a la Luna, en cuanto a alta precisión y fiabilidad
extrema, no tienen precedentes en la historia de la ingeniería. El
desarrollo de sistemas que cumplan esos severos requisitos nos ha
proporcionado una oportunidad única para encontrar nuevos materiales y
procesos, para inventar mejores sistemas técnicos, para procesos de
fabricación, para alargar la vida de los instrumentos e incluso para
descubrir nuevas leyes de la naturaleza.
Todo este conocimiento técnico recién adquirido también está
disponible para su aplicación a tecnologías terrestres. Cada año,
alrededor de mil innovaciones técnicas generadas en el programa espacial
se abren camino a las tecnología terrestres, donde producen mejores
electrodomésticos y equipos agrícolas, mejores máquinas de coser y
radios, mejores barcos y aviones, mejores pronósticos del tiempo y
avisos de tormentas, mejores comunicaciones, mejores instrumentos,
mejores utensilios y herramientas para la vida diaria. Supuestamente,
usted preguntará ahora por qué debemos desarrollar un sistema de soporte
vital para nuestros viajeros lunares antes de que podamos construir un
sistema sensor remoto para los pacientes del corazón. La respuesta es
sencilla: los progresos significativos para la solución de los problemas
técnicos se hacen con frecuencia no mediante una aproximación directa,
sino estableciendo primero un objetivo desafiante que nos ofrece una
fuerte motivación para el trabajo innovador, lo que dispara la
imaginación y espolea a los hombres para que se esfuercen al máximo, y
actúa como catalizador al inducir cadenas de otras reacciones.
El vuelo espacial cumple exactamente este papel. El viaje a Marte no
será, ciertamente, una fuente directa de alimentos para los hambrientos.
No obstante, conducirá a tantos nuevos procesos tecnológicos que los
subproductos de este proyecto, por sí solos, valdrán muchas veces más
que el coste de su implementación.
En adición a la necesidad de nuevos procesos tecnológicos, hay una
necesidad creciente de conocimientos básicos de ciencias si queremos
mejorar las condiciones de la vida humana sobre la Tierra. Necesitamos
más conocimientos en física y química, en biología y fisiología, y muy
particularmente en medicina para hacer frente a los problemas que
amenazan la vida del hombre: hambre, enfermedades, contaminación de la
comida y del agua, polución del medio ambiente.
Necesitamos que más jóvenes, hombres y mujeres, escojan ciencia como
su profesión, y necesitamos más apoyo para esos científicos que tienen
el talento y la determinación para enzarzarse en un trabajo científico
fructífero. Deben tener a mano objetivos de investigación que supongan
un desafío, y hay que proporcionarles suficiente apoyo para proyectos de
investigación. De nuevo, el programa espacial, con sus maravillosas
oportunidades para llevar a cabo estudios de investigación realmente
magníficos en lunas y planetas, en física y astronomía, en biología y
medicina, constituye un catalizador casi ideal que induce la reacción
entre la motivación del trabajo científico, las oportunidades para
observar fenómenos naturales excitantes y el apoyo material necesario
para llevar a cabo el esfuerzo de investigación.
Entre todas las actividades dirigidas, controladas y financiadas por
el gobierno norteamericano, el programa espacial es ciertamente la
actividad más visible y probablemente la más debatida, aunque solamente
consume el 1,6% del presupuesto, y es el 3 por mil (menos de un tercio
de un uno por ciento) del producto interior bruto. No hay ninguna otra
actividad equivalente en términos de estimulador y catalizador para el
desarrollo de nuevas tecnologías e investigación en ciencias básicas.
Podemos incluso decir al respecto que el programa espacial está
asumiendo una función que, durante tres o cuatro mil años, ha sido la
triste prerrogativa de la guerra.
¡Cuánto sufrimiento humano puede evitarse si las naciones, en lugar
de competir con sus flotas de bombarderos y cohetes, compitiesen con sus
naves espaciales para viajar a la Luna! Esta competición está llena de
promesas de victorias brillantes, pero no deja espacio para la amargura
de los vencidos que no conduce más que a la venganza y a nuevas guerras.
Aunque nuestro programa especial parece llevarnos lejos de la Tierra
hacia la Luna, el Sol, los planetas y las estrellas, creo que ninguno de
esos objetos celestes recibirá tanta atención y estudio por parte de
los científicos espaciales como nuestra Tierra. Se convertirá en una
Tierra mejor, no sólo por todo el nuevo conocimiento técnico y
científico que usaremos para la mejora de la vida, sino también porque
estamos desarrollando un aprecio más profundo hacia nuestra Tierra,
hacia la vida y hacia el hombre.
La fotografía que le incluyo con esta carta muestra una vista de
nuestra Tierra desde el Apolo 8 cuando estaba en órbita lunar en las
navidades de 1968. De los muchos y maravillosos resultados del programa
espacial hasta la fecha, esta imagen puede que sea la más importante.
Abrió nuestros ojos al hecho de que nuestra Tierra es una hermosa y
preciada isla en un vacío sin límites, y que no hay otro lugar en el que
podemos vivir que la delgada capa superficial de nuestro planeta,
bordeada por la desolada nada del espacio. Nunca antes reconoció tanta
gente lo limitada que nuestra Tierra es en realidad, y lo peligroso que
sería entrometerse en su balance ecológico. Desde que esta fotografía
fue publicada, aumentan más y más las voces que avisan de los graves
problemas con que se enfrente el hombre en nuestros tiempos:
contaminación, hambre, pobreza, vida urbana, producción de alimentos,
control de agua, superpoblación. No es casualidad que comencemos a ver
la tremenda tarea que nos espera justo en el momento en que el joven
programa espacial nos proporciona la primera buena mirada a nuestro
propio planeta.
Por fortuna, la era espacial no sólo sujeta un espejo en el que
podemos vernos a nosotros mismos, sino que también nos proporciona la
tecnología, el desafío, la motivación e incluso el optimismo para atacar
estas tareas con confianza. Lo que aprendemos en el programa espacial,
creo, apoya del todo lo que Albert Schweitzer tenía en mente cuando
dijo: “Miro al futuro no con preocupación sino con esperanza.”
Mis mejores deseos estarán siempre con usted y con sus niños.
Muy sinceramente suyo,
Ernst Stuhlinger