Aquellos que trabajamos y nos movemos en un ambiente muy especializado muchas veces olvidamos que el resto del mundo no tiene porqué saber cosas que para ti resultan de uso cotidiano.
Un tema que a muchos biólogos nos crispa bastante es el negacionismo de la evolución, o peor la tersgiversación de la misma. No entender ciertas partes de esta teoría puede hacernos caer en conclusiones equivocadas. Entre estas, una de las más comunes utilizar la teoría de la evolución para decir que esta tiene una dirección y que la vida tiene un sentido.
Es posible que a muchos os resulte duro pensar que la vida no tiene sentido, que no hay un gran objetivo por el que habéis nacido. La libertad tiende a asustar. Pero vallamos, como siempre, paso a paso.
Una de los típicos errores es pensar que la evolución sirve para adaptarnos al ambiente. Que nosotros nos adaptamos al ambiente de manera dirigida o voluntaria. La evolución únicamente implica cambio, nada más. Ni a mejor ni a peor, solo cambio. Cuando miramos hacia atrás, vemos que parece haber una direccionalidad. Si partimos por ejemplo de algo parecido a un pez, pasamos por algo similar aun anfibio, luego un reptil y acabamos en un pájaro podemos decir, “mira, ha ido cambiando del pez al pajaro”. Sin embargo esta afirmación no es correcta, no del todo.
Una de las típicas representaciones de los procesos evolutivos son los cladogramas. Si vemos la la imagen superior, es posible pensar que los organismos van evolucionando con un sentido. Vemos que partimos de un ancestro común y van derivando. Esta, en realidad, es una representación simplificada que nos ayuda a los biólogos a entender las relaciones evolutivas entre diferentes especies. Nótese que he dicho representación simplificada. ¿Cómo sería entonces el árbol completo? Pues bien, más o menos así:
El razonamiento que sigue mucha gente para decir que la evolución es dirigida es que obvia todos los organismos que no sobreviven o no tienen descendencia.
Otra interpretación errónea es pensar que los organismos nos vamos volviendo más complejos con la evolución. Y por si esto fuese poco, nos ponemos nosotros como estandarte del éxito evolutivo y de la máxima complejidad. Todo ello es erróneo. Vamos uno a uno.
En cuanto a la complejidad, un ejemplo evidente es el de los parásitos. Muchos parásitos pierden a lo largo de su evolución ciertas características que les permiten obtener bienes que pueden obtener del huésped. ¿Lo hacen de manera dirigida? Es evidente que no, mantener características innecesarias es un gasto energético vacío que les hace encontrarse en desventaja respecto a aquellos que las hayan perdido y puedan invertir esa energía en procesos que les permitan, por ejemplo, tener una mayor tasa de reproducción. ¿Se han adaptado entonces los parasitos a su huésped? No, no se han adaptado, algunos, de manera aleatoria estarán más adaptados y por lo tanto tendrán más posibilidades de dejar descendencia.
En cuanto al éxito evolutivo. ¿Qué es el éxito evolutivo? Podemos entender el éxito evolutivo como estar tan bien adaptado a un medio que se sigan seleccionando las mismas características que ya posee una especie. Por otro lado, podemos considerar el éxito evolutivo como expansión y número de organismos en el mundo. En ambos casos salimos perdiendo. Nuestra especie es realmente nueva, si nos comparamos por ejemplo con los quelonios somos unos benjamines. Ahora diréis, “y sin embargo mira, ¡qué éxito en que poco tiempo! Vivimos al rededor de todo el mundo, ¡Somos más de seis mil millones de personas!” Eso es… muy poco depende con quien nos comparemos, puedes tener más bacterias creciendo en un cultivo de laboratorio que personas en el mundo. No ganamos ni en número ni en biomasa ni en adaptación… ¿Y qué hay de la complejidad? Nuevamente perdemos. Antiguamente pensábamos que la complejidad de un organismo era proporcional al número de genes y/o longitud del genoma. Si esto es así mientras que los humanos tenemos unos 25.000 genes y nuestro genoma está compuesto por unas 3×10^9 pares de bases, la ameba… Bueno, dicen que una imagen vale más que mil palabras. Aquí tenéis el tamaño del genoma de diferentes organismos comparados en función del tamaño con el que se representan:
Otros argumentaran que somos más evolucionados porque somos más inteligentes. Porque nuestro sistema nervioso “X” porque la autoconciencia “Y”… Esto vuelve a ser una interpretación errónea de la teoría de la evolución. El hecho de que tengamos la inteligencia que tenemos es una estrategia que nos permite sobrevivir y continuarnos como especie, otros organismos utilizan por ejemplo una vida media corta y una altísima tasa de división y logran lo mismo: continuarse en el tiempo.
Entonces… ¿El objetivo de la evolución es el de continuar con la vida en la tierra? Nuevamente no. La evolución solamente implica cambio, y la mayoría de cambios son incompatibles con la vida. Entonces… ¿Por qué esa necesidad de los organismos a aferrarse a la vida? ¿Por qué queremos seguir vivos? Simplemente por el hecho de que todos aquellos que no tienen ese instinto no sobreviven y por lo tanto los obviamos a la hora de echar la vista atrás en el desarrollo de las especies (recordad los cladogramas de antes).
De esta manera vemos que la evolución no tiene un sentido (dirección) y que el sentido de la vida no existe. ¿Duro? Puede. Si no os gusta siempre podéis pensar que es 42. Al fin y al cabo, esa teoría tiene la misma validez que muchas otras, ejem ejem…
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