Fuente: Ciencia Kanija
Artículo publicado el 11 de julio de 2012 en The Physics ArXiv Blog
Una mejor comprensión de los fracasos
científicos del siglo XIX puede dar un crudo aviso sobre el valor del
pensamiento científico predominante en la actualidad.
Dentro de cien años, los historiadores
de la ciencia y la tecnología mirarán hacia nuestra época y se
maravillarán de las teorías, experimentos y avances característicos de
nuestro tiempo.
Pero también quedarán desconcertados por
los callejones científicos sin salida de nuestra época: las teorías e
ideas que quedaron en la cuneta debido a que resultaron estar mal
planteadas, ser incorrecta o simplemente ser palabrería vacía.
Inevitablemente esto genera una
interesante pregunta: ¿cuánto de lo que consideramos investigación
establecida caerá en esta categoría de ciencia que es mejor olvidar?
Una forma de enfocar esta cuestión es examinar nuestra actitud ante la ciencia de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
La versión popular es algo así. Esta era
estuvo caracterizada por la idea de que el universo podría ser descrito
más o menos completamente por las leyes de la mecánica de Newton, las
leyes de la termodinámica y la teoría electromagnética de Maxwell.
Todo estaba bien, salvo por una o dos
grietas menores que todos esperaban que pudiesen solventarse fácilmente.
Por supuesto, esto finalmente llevó a dos de las mayores revoluciones
del pensamiento científico: la teoría cuántica de Max Planck en 1900 y
las teorías especial y general de la relatividad de Einstein unos años
más tarde.
Sin embargo, esta versión popular
subestima gran parte de la complejidad del debate científico de la
época, no logra abarcar hasta qué punto muchas ideas científicas
establecidas resultaron ser espectacularmente incorrectas. Estas ideas
fueron ampliamente debatidas, muy apreciadas y, en muchos casos,
contaban con un gran apoyo. Ahora estos callejones sin salida de la
ciencia han sido olvidados desde hace mucho.
Hoy, Helge Kragh de la Universidad de
Aarhaus en Dinamarca pone las cosas en su sitio re-examinando la física
de final de siglo y las ideas que predominaban en ella. Hay mucho que
aprender de las historias que cuenta.
Un episodio olvidado en gran parte fue el desencanto general en esta
época con la idea de ‘materia’. Varias líneas de pensamiento parecían
sugerir que la idea de un universo atomista basado en unidades
fundamentales de materia era errónea.
Por ejemplo, las leyes de la
termodinámica sólo tenían sentido si los átomos eran cuerpos rígidos sin
estructura interna. Aun así las pruebas procedentes de los experimentos
espectroscópicos sugerían que los átomos debían tener estructura
interna. La frase “la materia está muerta” se hizo muy popular como
eslogan en esa época y claramente una de las dos tenía que ceder.
Una solución predominante a este
problema se basó en la idea de que la materia no era una propiedad
fundamental del universo, sino emergente. Esta coincidió con una
creciente comprensión de que varias formas de energía – cinética,
potencial, química, térmica, etc. – eran manifestaciones del mismo
suceso. Por tanto, tal vez la materia no era también más que otra forma
de energía.
Esta idea, que pasó a conocerse como
energética, disfrutó de un fuerte apoyo durante muchos años. Mantenía la
idea de que dado que las leyes de Newton podían describirse
completamente en términos de energía, no había necesidad de la hipótesis
del átomo. Esta fue una teoría de gran unificación del universo y uno
de sus principales defensores fue Willhelm Ostwald, que más tarde
ganaría el premio Nobel de química por su trabajo sobre los
catalizadores.
En una charla en 1895, Ostwald dijo que:
“El legado científico más prometedor que puede ofrecer el siglo que
acaba es el reemplazo de la visión materialista del mundo por la visión
energeticista”.
Otra solución llegó a través de la idea
de éter luminífero, que predominó en el pensamiento científico de una
forma que es difícil de imaginar en la actualidad. ”El problema básico
no era si el éter existía o no, sino la naturaleza del mismo y su
interacción con la materia”, señala Kragh.
El éter estaba ampliamente aceptado como
el cimiento básico del universo a partir del cual surgía el resto de
cosas. Muchos físicos proclamaron que el éter sería la base para una
teoría de gran unificación de todo, entre ellos, irónicamente, Albert
Michelson.
Una teoría ampliamente debatida durante
varios años y propuesta por William Thomson, también conocido como Lord
Kelvin, postulaba que los átomos eran vórtices de éter. Curiosamente,
los físicos nunca demostraron que esta idea fuese incorrecta. En lugar
de ello, simplemente perdió fuelle.
Entonces se sucedieron varios
descubrimientos que resultaron ser poco más que voluntarismo. El
descubrimiento de los rayos-X por parte de William Roentgen en 1895
llevó al anuncio de una apabullante variedad de rayos, por ejemplo los
rayos-N, la luz negra, los rayos de electricidad positiva, los rayos
Moser, los rayos selénicos y los rayos magnéticos.
Todos ellos resultaron ser productos de
las fértiles imaginaciones de los físicos implicados; el resultado de
una especie de histeria de rayos.
Kragh describe otros episodios con
fascinante detalle. Lo interesante, por supuesto, es hasta qué punto es
posible establecer paralelismos entre las tendencias científicas de ese
momento y las actuales.
En los últimos 20 años ha surgido un
sentimiento cada vez mayor de que distintas formas de información –
genética, digital, entrópica, etc. – son manifestaciones de lo mismo. Es
más, hay un intenso interés en el papel que podría desempeñar la
información en las leyes de la física. ¿Podría ser la información más
fundamental que los conceptos de masa o incluso energía?. ¿Tal vez las
leyes de la física deben derivarse a partir de sus propiedades, si es
que podemos descifrarlas?
Luego tenemos la búsqueda de la materia
oscura, una misteriosa sustancia que impregna el universo y que no
podemos ver, sentir ni medir.
Y desde luego hay varias teorías del
todo que se centran en unificar la mecánica cuántica y la relatividad
que predicen varias dimensiones extra, otros universos e incluso una
multitud de ellos.
¿Cuánto de esto parecerá irrelevante,
extravagante o incorrecto en los próximos 100 años? Es imposible
decirlo pero los paralelismos con algunos de los episodios de hace un
siglo dan para una entretenida especulación.
Kragh muestra claramente que sólo una
pequeña fracción del debate científico predominante en la década de 1980
es relevante en la actualidad. Y no hay razón para pensar que no se
cumplirá lo mismo cuando los historiadores revisen la ciencia de inicios
del siglo XXI dentro de cien años.
Artículo de Referencia: arxiv.org/abs/1207.2016: A Sense Of Crisis: Physics In The Fin-De-Siècle Era
Fecha Original: 11 de julio de 2012
Enlace Original
No hay comentarios:
Publicar un comentario