Mientras el resto del equipo se tomaba un merecido descanso, yo me encontraba en la forma más pura de paraíso que conocía: mi laboratorio, frente a un rompecabezas de física imposible. El nodo de comunicación cuántica de los Cybrids, que había empezado a llamar "el Ansible", reposaba en un campo de diagnóstico. Y estaba demostrando ser la pieza de tecnología más extraordinaria que jamás había estudiado.
No emitía señales. No transmitía energía. No usaba ondas de ningún tipo. Era... más sutil. El dispositivo no enviaba un mensaje a través del espacio, sino que alteraba la probabilidad cuántica en su punto de origen de una manera que hacía que un nodo entrelazado en otro universo reflejara instantáneamente el mismo estado. No era una radio; era un afinador de realidades. Era comunicación sin transmisión, completamente indetectable e instantánea. Era el primer paso teórico hacia el viaje interdimensional sigiloso que los Netherlords anhelaban. Y estaba completamente absorta en desentrañar sus secretos.
Tan absorta, de hecho, que no me di cuenta de que llevaba dieciocho horas sin comer ni beber hasta que una figura alta y delgada, con la apariencia de un mayordomo de aspecto severo, carraspeó a mi lado.
—Señorita Natalia, sus signos vitales indican un déficit nutricional y un nivel de cafeína que podría considerarse tóxico en especies menores.
Era la Unidad Doce, el archivero y bibliotecario del equipo. Su pasión era el orden, y mi caótico método de investigación era su némesis personal. Detrás de él, la Unidad Cuatro, hoy con la forma de una abuela italiana afable, sostenía una bandeja.
—¡Nati, tesoro! ¡No puedes vivir de datos! —dijo, su voz era cálida y reconfortante—. Te he preparado una lasaña de Gargantúa con queso de leche de bestia lunar. ¡Come, come!
Mientras Doce empezaba a organizar mis desordenadas notas en pilas lógicas ("Investigación Activa", "Teorías Descartadas", "Garabatos Ininteligibles"), Unidad Siete, el organizador, entró con su inseparable tableta.
—Jefa, un breve informe. Los beneficios del Proyecto Fortuna son estables. El contrato con el Casino Cosmopoli ha sido renovado. Y la Unidad Dos —señaló a una imponente figura con aspecto de guerrero maorí que vigilaba la puerta de mi laboratorio— informa que el perímetro del universo de bolsillo está seguro y sin anomalías externas.
—Bien, bien, gracias a todos —murmuré, tomando a regañadientes un trozo de la deliciosa lasaña. Estaba a punto de volver a mis ecuaciones cuando una suave alarma, una que no había oído nunca, resonó en todo el complejo.
—Anomalía de contención en el Sector Gamma —informó la Unidad Dos, su voz era un bajo profundo—. Laboratorio del sujeto Kaelen.
Nos dirigimos allí a toda prisa. Kaelen estaba bien, pero tras una barrera de energía crepitante, una de sus nuevas unidades de contención estaba fallando. En su interior, una muestra estabilizada de "caos puro" de la dimensión de los Gatos-Demonio de Cheshire estaba "filtrándose".
—¡No puedo acercarme! —gritó Kaelen—. ¡La fuga está corrompiendo la realidad local! ¡Es demasiado inestable!
Tenía razón. El pasillo que llevaba a la unidad de contención ya no era un pasillo. El suelo se ondulaba como si fuera líquido, un perchero había cobrado vida y estaba intentando bailar un vals con una lámpara, y el tiempo parecía correr en bucles de tres segundos. Era una versión en miniatura de la locura de Cheshire, y se estaba expandiendo.
—¡Jefa, el Ansible! —dijo Siete—. No puede dejar su investigación. Es demasiado crítica. Nosotros nos encargamos.
Lo dudé, pero vi una determinación en sus rostros fluidos que me convenció. Asentí. —Tened cuidado.
Y así comenzó la primera misión en solitario de la Unidad de Apoyo Cambiaformas.
Siete, el burócrata, tomó el mando. —Doce, necesito la ruta más segura. Evita las tuberías de energía y los sistemas de soporte vital. Dos, tú abres camino. Cuatro, mantente alerta a las anomalías biológicas. Unidad Dieciséis —llamó a una figura delgada y andrógina que hasta entonces había estado dibujando en un cuaderno, el artista del grupo—, tú te encargas de lo... raro.
Se adentraron en el pasillo corrupto. La primera barrera fue una ola de gravedad que los aplastó contra el suelo. La Unidad Dos, transformándose en una criatura con la densidad de una estrella de neutrones, se ancló al suelo y actuó como un escudo, permitiendo que los demás pasaran.
Más adelante, se encontraron con un charco de líquido que balbuceaba y cambiaba de color.
—Es una ameba de entropía —analizó la Unidad Cuatro, recordando un ingrediente similar de una sopa de otra dimensión—. Si la tocas, te envejece mil años. Pero es vulnerable a las altas concentraciones de azúcar.
De uno de los bolsillos de su delantal de abuela, sacó un terrón de azúcar cristalizado y lo lanzó al charco, que gorgoteó felizmente y se volvió inofensivo.
El mayor desafío fue un tramo donde la realidad física había desaparecido, reemplazada por un torbellino de emociones puras. El miedo se manifestaba como espinas de hielo, la ira como explosiones de fuego, la tristeza como una lluvia pesada y gris. Era imposible pasar.
—Yo me encargo —dijo la Unidad Dieciséis.
El artista no luchó contra las emociones. Se sentó en el suelo, y la forma que adoptó fue la de un monje tranquilo. Empezó a "pintar" en el aire con sus dedos, no con luz, sino con conceptos. Trazó una línea de calma, un puente de serena aceptación a través del caos emocional. Las espinas de miedo se derritieron, el fuego de la ira se suavizó hasta convertirse en una cálida hoguera, y la lluvia de tristeza se transformó en una suave niebla. Caminaron a través de su obra de arte, ilesos.
Finalmente, llegaron a la unidad de contención. Kaelen les guio a distancia. —¡Necesito un modulador de fase de repuesto! ¡Está en el almacén B-7, pero la puerta está atascada!
La Unidad Dos arrancó la puerta de sus goznes. La Unidad Doce, que había memorizado todos mis planos, los guio por el almacén hasta la pieza correcta. Y Siete coordinó el transporte y la entrega con una eficiencia impecable.
Con la pieza instalada, Kaelen estabilizó el campo. La realidad volvió a la normalidad. El pasillo era solo un pasillo.
Cuando por fin salí de mi laboratorio, con una nueva comprensión del Ansible, me los encontré en la sala común, cansados pero satisfechos. Siete me entregó su informe.
Leí el resumen de su aventura, de su ingenio y su valor. Miré a estas criaturas polifacéticas: el organizador, el guerrero, el archivero, el chef, el artista... No eran mi personal. No eran mis sirvientes. Eran un equipo. Uno muy bueno.
—Unidad Cuatro —dije, mi voz sonando extrañamente suave—. Creo que todos nos hemos ganado una de tus cenas de celebración.
La sonrisa que me dedicó, en su forma de abuela, fue más reconfortante que cualquier descubrimiento científico.
CONTINUARÁ...
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