La noticia de nuestro plan se extendió por el archipiélago no con mensajeros, sino con una nueva canción que Samu ayudó a componer: una "Melodía de Convocatoria" que viajó con la brisa de isla en isla. Durante tres días, vimos cómo docenas de canoas, desde las más pequeñas de pesca hasta las grandes embarcaciones ceremoniales, convergían en nuestra playa. Por primera vez en generaciones, las tribus de la luz se unían para una causa común.
No íbamos a la guerra; íbamos a un concierto. Samu y yo pasamos esos días con las Guardianas de la Melodía de cada tribu, tejiendo nuestras magias. Combinamos el poder bruto de las evocaciones de Samu con la armonía innata de su música. Les enseñamos a enfocar sus canciones no solo para la creación, sino también para la defensa, para crear escudos de pura armonía sónica que pudieran repeler la disonancia de las Hijas de la Noche.
Al amanecer del cuarto día, partió nuestra flotilla. Cientos de voces de mujeres, lideradas por Samu y Zafira, entonaron la "Canción de Viaje". Pero esta vez, no era una melodía alegre, sino un himno solemne y decidido. Nuestras canoas no se deslizaron, sino que surcaron las olas como un ejército de cisnes enojados, dirigiéndose directamente hacia la tormenta perpetua que envolvía la Isla Nocturna.
A medida que nos acercábamos, la Música de la Creación se desvanecía, ahogada por un zumbido bajo y opresivo que emanaba de la isla. La propia realidad parecía enferma. Desembarcamos en una playa de arena negra volcánica. La isla era un lugar de rocas afiladas y árboles retorcidos, y en su centro, un pueblo-fortaleza tallado en la ladera de un volcán inactivo.
En las murallas, nos esperaban las Hijas de la Noche. Eran mujeres altas y pálidas, vestidas con túnicas oscuras, sus rostros marcados por una belleza severa y una tristeza antigua. Detrás de ellas, vimos a los hombres. Cientos de ellos, de todas las edades, moviéndose como autómatas, sus ojos vacíos y sin alma. Entre ellos, Zafira reconoció a Lord Valerius, su rostro, antes jovial, ahora era una máscara de servidumbre sin mente.
La líder de las Hijas, una mujer con cabellos blancos como la ceniza, levantó una mano.
—Habéis venido a romper el equilibrio. A traer el ruido del mundo a nuestro santuario de silencio —su voz era una nota grave y resonante que hacía vibrar el aire—. Os iréis... o seréis silenciadas.
—Hemos venido a devolver la música que robasteis —respondió Samu, su voz clara como una campana.
Y entonces, la batalla comenzó.
Las Hijas de la Noche entonaron su coro. Era una canción de poder absoluto, una melodía disonante y opresiva que golpeó el aire. El cielo se oscureció y el suelo tembló. Era una magia diseñada para aplastar la voluntad.
Pero nosotras estábamos preparadas.
—¡Ahora! —gritó Zafira.
Y las tribus de la luz respondieron. Cientos de voces se unieron en un contra-canto, una sinfonía de armonía y libertad que chocó contra la canción de las Hijas. El aire entre los dos ejércitos se convirtió en un campo de batalla visible de ondas de sonido y luz. Donde la canción de las Hijas creaba sombras y miedo, la nuestra creaba escudos de luz dorada. Donde su música intentaba imponer el control, la nuestra cantaba sobre la elección y la libertad.
Era un punto muerto. La fuerza de voluntad de cientos de mujeres unidas era inmensa, pero la magia de las Hijas, perfeccionada durante siglos de aislamiento y amargura, era un veneno concentrado. En medio de la cacofonía mágica, los hombres esclavizados se estremecieron, atrapados entre las dos melodías, sus almas rotas siendo tironeadas en direcciones opuestas.
La balanza empezó a inclinarse a favor de las Hijas. Su canción era más simple, más directa: dominación. La nuestra era compleja: libertad, esperanza, amor... conceptos más difíciles de mantener bajo presión.
Fue entonces, en el momento de mayor desesperación, cuando ocurrió el milagro.
Lord Valerius, el hedonista, el hombre que siempre había buscado el camino fácil, levantó la cabeza. En sus ojos vacíos, una pequeña chispa de su antiguo yo luchaba por salir. Vio a Zafira, su vieja amiga, luchando por él, por su libertad. Y todo su sufrimiento, su desesperación, su arrepentimiento y la tenue llama de esperanza que ella había encendido, se fusionaron en su interior.
Abrió la boca, y de ella no salió una orden, sino una nueva canción.
No era fuerte. Era un susurro tembloroso, una melodía frágil y rota. Pero era suya. No era una canción de poder ni de magia. Era una canción de recuerdo. Cantaba sobre el sol en su rostro, sobre el sabor de la fruta, sobre la risa de un amigo. Era una canción sobre lo que significaba ser libre.
Esa pequeña y honesta melodía fue como una llave. Cortó a través de la cacofonía, una única nota pura en un mar de ruido. Los otros hombres esclavizados la oyeron. Uno por uno, sus cabezas se levantaron. Y uno por uno, se unieron al canto de Valerius.
Cientos de voces masculinas, liberadas del control, se unieron en un coro que no era ni de luz ni de oscuridad, sino de humanidad. Su "Canción del Despertar" no atacó a las Hijas; simplemente anuló su poder. Su magia de dominación no tenía efecto sobre almas que habían recordado quiénes eran.
El coro de las Hijas de la Noche flaqueó y se rompió. Su poder, basado en la supresión de la voluntad, se desvaneció ante la afirmación masiva de ella. Cayeron de rodillas, no derrotadas por la fuerza, sino por la verdad. La tiranía había terminado.
Lord Valerius, de pie entre los hombres ahora liberados, miró a Zafira y sonrió. Ya no era el vividor que ella recordaba. En sus ojos había una nueva profundidad, una nueva fuerza. Había pasado por el infierno y había salido convertido en algo que nunca pensó que sería: un verdadero héroe.
Dejamos la Isla Nocturna no como vencedoras sobre un enemigo, sino como sanadoras de una herida. Las Hijas de la Noche, despojadas de su poder corrupto, se quedaron para enfrentarse a un futuro incierto. El archipiélago estaba completo de nuevo, su armonía restaurada, no por la magia de los dioses, sino por la canción de un hombre que había encontrado su propia voz.
CONTINUARÁ...

No hay comentarios:
Publicar un comentario