La convocatoria de los Netherlords fue, como siempre, repentina e imponente. Nos encontramos de nuevo en su sala no-euclidiana, las tres figuras blindadas flotando en la oscuridad. Esta vez, sin embargo, su petición era diferente.
—Nuestra búsqueda de un método de viaje dimensional estable continúa —resonó una de sus voces—. Hemos detectado un artefacto de potencial inmenso. Un estabilizador espacio-temporal natural. Una variante única y mucho más potente de las "piedras de fuego" que ya conocéis. Lo hemos denominado "La Piedra Corazón".
—¿Quieren que la recuperemos? —preguntó Valkyrie.
—No —respondió el segundo Netherlord, y la negativa nos sorprendió—. Nuestra intención no es perturbar el equilibrio de las dimensiones menores. La Piedra Corazón sirve como fuente de energía central para la civilización del plano donde reside. Extraerla podría causar un colapso social y tecnológico. Vuestra misión no es de recuperación, sino de información.
El tercer Netherlord proyectó una imagen: una ciudad de torres de latón, puentes de hierro forjado y un cielo lleno de dirigibles impulsados por vapor.
—Debéis ir a la ciudad de Aethelburg, en el universo de los Incursores. Debéis evaluar la Piedra Corazón, determinar si su energía puede ser replicada de forma segura o si puede ser extraída sin dañar a la población. Sois nuestras consultoras éticas y científicas en esta materia. No actuéis hasta que tengamos vuestro informe.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro. Aethelburg. Hacía tiempo que no veía a mi viejo amigo.
Aterrizamos en un callejón que olía a carbón, aceite y metal caliente. El sonido de los pistones de vapor y el repique de los engranajes era la música de la ciudad. Para mezclarnos, tuvimos que adoptar la moda local. Samu, una entusiasta de la moda en todas sus formas, estaba encantada con los vestidos victorianos, los polisones y los sombreros elaborados. Val aceptó el corsé con una disciplina estoica, como si fuera una pieza más de una armadura. Yo lo consideré un mal necesario para el trabajo de campo.
Zafira, sin embargo, se negó en rotundo.
<ZAFIRA (voz metálica desde mi smartphone)>: ¡No! ¡Me niego! ¿Atar mi gloriosa forma en una de esas jaulas de tela y huesos de ballena? ¡Jamás! ¡Es una atrocidad! ¡Este universo está encorsetado literal y figuradamente! ¡Protesto por esta falta de libertad nudista!
Decidí que discutir era inútil. La dejaría participar a través de la cámara y el micrófono del teléfono, que sostenía en un elegante soporte de latón en mi muñeca.
Guié al equipo a través de las bulliciosas calles, pasando junto a autómatas de relojería que barrían las aceras, hasta el taller de un viejo amigo: el Profesor Alistair Finch. Era un hombre mayor, con unas gafas de aumento siempre puestas sobre su frente y las manos manchadas de grasa.
—¡Natalia! ¡Mi brillante colega de otro mundo! —exclamó al verme, abrazándome con entusiasmo—. ¡Justo a tiempo! ¡He estado trabajando en una mejora para el colector de diferencial de nuestra última colaboración!
Tras ponernos al día, le pregunté sutilmente por la fuente de energía de la ciudad. Los ojos de Alistair brillaron con orgullo.
—¡Ah, te refieres al Corazón de Aethelburg! ¡La mayor maravilla de nuestro tiempo! —Nos llevó a una ventana que daba al centro de la ciudad, donde una inmensa torre de latón y cristal zumbaba con poder—. Es una Piedra de Fuego única, mil veces más estable y potente que cualquier otra. Está intrínsecamente conectada a cada máquina, cada luz, cada hogar de la ciudad. Es, literalmente, el corazón que bombea vida a nuestras venas de latón.
Confirmó los temores de los Netherlords. Extraerla sería matar la ciudad. Pero entonces, su rostro se ensombreció.
—Aunque últimamente... hemos tenido problemas. Fluctuaciones de energía inexplicables. Y los operarios de mantenimiento han informado de "fantasmas de metal" en los túneles de acceso al Corazón. Figuras que se mueven en la oscuridad y desaparecen.
Mis sensores internos se activaron. "Fantasmas de metal". La descripción era demasiado familiar.
Esa noche, nos adentramos en los túneles de mantenimiento bajo la Torre del Corazón. Era un laberinto de tuberías de vapor, engranajes gigantescos y el constante silbido de la presión. El calor era sofocante.
<ZAFIRA>: Huele a axila de golem de hierro. Quiero volver a mi amuleto.
Fue Val quien los detectó primero con su radar psiónico. Cincos presencias, no del todo vivas, no del todo mecánicas. Al doblar una esquina, los vimos. Eran los Cybrids. Estaban acoplados a los conductos principales de energía del Corazón, sus cuerpos cibernéticos cubiertos de cables y sondas. No estaban atacando. Estaban... bebiendo. Absorbiendo la energía estabilizadora de la Piedra Corazón.
Nos vieron. La batalla fue instantánea y silenciosa, una ráfaga de movimientos en la penumbra. Val se enfrentó a dos de ellos, su fuerza bruta contra su precisión mecánica. Samu creó escudos que desviaban sus proyectiles de energía. Yo analicé sus patrones de ataque, buscando una debilidad.
En el caos, uno de los Cybrids se abalanzó sobre mí. Esquivé su ataque y contraataqué con un pulso electromagnético localizado desde mi guantelete. El Cybrid se convulsionó y cayó, y su máscara facial se partió con un crujido.
Me detuve en seco.
Debajo de la máscara no había un monstruo. Era el rostro de un Creador, como el de Kaelen. Pero estaba desfigurado, la piel nacarada consumida en parte por la cristalización negra y geométrica de la Corrupción de Silicio. Jadeaba, no de aire, sino de un dolor que abarcaba milenios.
—No son carroñeros... —susurré para mí misma—. Son pacientes. Son supervivientes.
El líder de los Cybrids, viendo que su camarada había caído, detuvo el ataque. Un texto apareció en su visor.
<CYBRID LÍDER>: Vosotros otra vez. Apartaos. Necesitamos la energía estabilizadora. Es la única forma de frenar la decadencia.
<NATALIA D.>: Lo que estáis haciendo es imprudente. Estáis desestabilizando la red eléctrica de toda la ciudad. Provocaréis un apagón catastrófico.
<CYBRID LÍDER>: Un riesgo aceptable. La supervivencia lo exige.
Se prepararon para reanudar la lucha. Estábamos en un punto muerto. No podíamos dejarlos continuar, pero luchar contra ellos, sabiendo ahora que eran víctimas desesperadas de la misma plaga que Kaelen, se sentía monstruosamente mal.
Di un paso al frente, levantando una mano.
<NATALIA D.>: Hay otra manera. —Me miraron, sus ópticas sin emociones fijos en mí—. Sé lo que sois. Sé la enfermedad que os consume. Y no estáis solos. He encontrado a otro de los vuestros. Un científico llamado Kaelen. Él también estaba infectado.
Un pulso de luz recorrió sus visores, indicando que estaban procesando la información a una velocidad increíble.
<NATALIA D.>: Dejad la Piedra Corazón. Vuestra solución no está aquí. Kaelen sobrevivió, y está trabajando en la panacea original, en una cura real. Venid conmigo. Ayudadnos. Y os prometo que os salvaremos.
El silencio en el túnel era absoluto, roto solo por el silbido del vapor. Los Cybrids se miraron el uno al otro, procesando la oferta. Una oferta de esperanza, la primera que habían tenido en miles de años, de una extraña que ya se había cruzado en su camino dos veces. Su respuesta determinaría no solo su destino, sino el futuro de una ciudad entera que dormía sin saberlo sobre un corazón de latón a punto de detenerse.
CONTINUARÁ...